Regresó a Guayaquil luego de diez años de ausencia y se maravilló al ver una ciudad distinta, luchadora. Con un malecón hermoso y un aire renovador. 

El escritor quiteño Álex Ron Melo, de 36 años, visitó la urbe en 1994 para lanzar su libro Quito, una ciudad de grafitis, que lo dio a conocer en el ámbito cultural.
Pero ahora volvió para recibir el premio del VIII Concurso Nacional de Literatura 2004 de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, con su cuento Historias de aerosol.  
 
Pregunta: ¿Desde cuándo la literatura empezó a formar parte de su vida?
Respuesta: Viene desde la infancia. En 1978 gané un concurso infantil de cuentos organizado por el Círculo de Lectores. Escribí Con las narices pegadas a la pantalla.

P: ¿De qué se trataba?
R: Era la historia de dos niños adictos a la televisión que terminaron perdiendo la razón. Se creían Batman y Robin y decidieron subir al Cotopaxi  sin protección.

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P: ¿De allí continuó escribiendo?
R: En el colegio las cosas cambiaron: dejé de escribir y a los 21 años experimenté un evento muy triste. Algo que me reveló muchas cosas. Sufrí un surmenage y pasé 20 días inconsciente. Estuve al borde de la muerte, pero de allí reinicié otra vida.

P: ¿Qué hizo?
R: Dejé de hacer algo que no quería: estudiar Derecho. Me di cuenta de que debía llevar una vida más fluida, más acorde a lo que deseaba hacer y eso también incluye encontrar la realidad, las fuerzas y los caminos que uno tiene. Decidí estudiar Sociología.

P: ¿Retomó, entonces, el contacto con la tinta?
R: Sí, y el contacto con una nueva forma de expresión: el grafito. En 1992, pinté uno frente a la casa de una chica que me había abandonado. Fue una época en la que pasé pintando grafitos en Quito. De allí, en 1994, publiqué el libro Quito, una ciudad de grafitis.

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P: Su nuevo libro Historias de aerosol también contiene grafitos...
R: Tiene catorce cuentos. Parte de muchas vivencias... (bebe un poco de café)...sobre mi vida como grafitero y de otras que han estado en la cuerda floja. Intento contar historias frágiles, pero que provoquen shock, tal como lo hace un buen grafito.

P: Un ejemplo...
R: En el segundo cuento (y grafito) Todos somos delincuentes de paz se narra la historia de un grafitero que conoce al diablo. Este último le cuenta al grafitero que el infierno no es como antes, sino que ahora es una especie de película, y que lo único que quiere es contar un fragmento de la existencia.

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P: ¿Su libro gira en torno a esta forma de expresión?
R: El grafito no es el motivo del libro. Es más bien una herramienta para escribir.

P: ¿Ha tenido problemas por pintar las paredes?
R: Sí. Pinté grafitos durante cinco años. Unos lo vieron como una violación a la propiedad privada y otros como una cultura subterránea, que planteaba cosas que no se hacían habitualmente. Pero no he ido a la cárcel. Recuerdo uno: “La sociedad construye abismo, hay niños vendiéndolos en la calle”.

P: ¿Cree que se debería crear un espacio para este (grafito)?
R: Si se institucionaliza, va a perder mucho. El grafito es clandestino. Es un juego de solitarios. Lo malo es que ahora son demasiado políticos, proselitistas.

P: ¿Cómo usted calificaría al gobierno de Lucio Gutiérrez?
R: Me da pena. Es un gobierno mediocre. Tiene un discurso chato (se coloca las manos en la sien y continúa)... No sabe cómo seducir a la masa. Está muy degradado.

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P: ¿Qué grafito le escribiría?
R: Para él y todo su gobierno: “No les creo nada,vuelvan a nacer”.