Celebrando un aniversario más de la gesta gloriosa del 9 de Octubre de 1820, cabe rendir homenaje a los gestores y ejecutores del movimiento independentista, proponiendo hacerlo de una forma diferente, para lo cual debe comenzarse con una nueva dimensión de la importancia real de cada una de las fechas magnas de nuestra historia, objetivo que es posible conseguir vinculando el proceso liberador de cada ciudad o región con las consecuencias y repercusiones efectivas de cada proceso en la liberación del territorio de lo que era la Audiencia de Quito.

De esa forma, será posible rescatar la trascendencia del 9 de Octubre, fecha minimizada en ocasiones de forma intencional por parte de un sector académico, de manera que convengamos que más allá de que las luchas por la independencia estuvieron matizadas con una serie de circunstancias y hechos todavía por analizar en un contexto más amplio, lo cierto es que Guayaquil extendió en gran dimensión su pensamiento y voluntad en la batalla contra el reino español, afirmando lo que Efrén Avilés sugiere al señalar que “con patriotismo y generosidad le extendió a todos los pueblos de la Audiencia, financiando ejércitos y regando, con la heroica sangre de sus hijos, todos los campos de batalla en los que se luchó por la libertad”.

En ese sentido, se debe insistir en la necesidad de alejar sentimentalismos y caprichos en nuestra revisión histórica, como aquel que se ha sostenido al endilgar el calificativo de primer grito de independencia americana al movimiento quiteño del 10 de agosto de 1809, cuando en la realidad se conoce que ese es un dato histórico inexacto, restando privilegio a otra fecha, la del 2 de agosto de 1810, la cual, por su sangriento epílogo, serviría más tarde de germen fecundo en la concepción de la ideología libertaria. No se trata en este punto de cuestionar el carácter específico de cada gesta, pues inevitablemente en el camino encontraremos partidarios y detractores, pero sí de admitir hechos históricos incuestionables, que deberían permitir dar un sentido propio al espíritu nacional y regional.

En tal camino, quizás algún día, será posible encontrar también las razones de la diversidad regional que se da en el país y que se traduce no solo en la manifestación de razas y culturas diferentes, sino también en la constatación de inclinaciones políticas y de propuestas económicas claramente diferenciadas en el Ecuador. Posiblemente, el problema haya radicado en que tales diferencias regionales hayan sido sistemáticamente postergadas a lo largo de las décadas, atribuyéndose aquellas a las maniobras y quejas de las élites regionales preferentemente costeñas, lo cual también ha contribuido a que temas como el de la autonomía no lleguen a trascender el voto formal y se conviertan en necesidad urgente de un cambio político administrativo. Es cuestión de esperar, se podrá decir, pero al menos para ello deberíamos reflexionar, en un día como hoy, respecto de la necesidad de que la gesta independentista sea recordada como lo que realmente fue: Guayaquil, siempre por la patria.