“A mí estoy pidiendo que me investigue la Fiscalía”, aseguró con desconcertante seguridad el Presidente de la República, en la entrevista que transmitieron TC y CN3 la noche del domingo. “Esa indagación es contra Lucio Gutiérrez, para que se investigue la conducta de Lucio Gutiérrez, no la de Diego Oquendo”, insistió.

Al día siguiente, a los cinco periodistas de radio y televisión –entre ellos Diego Oquendo– que se encontraban reunidos en el programa ‘Este lunes’, de Jorge Ortiz, les bastó un minuto para demostrar lo contrario. Fue tan simple como leer un documento público: la petición que el presidente Gutiérrez dirigió a la Fiscalía General para que investigue a Diego Oquendo, no a sí mismo.

Que un presidente no diga la verdad por televisión es malo; que su mentira sea tan evidente ante los ojos de cualquier lector de periódicos, es ridículo. Pero hay algo aun más malo y más ridículo: el hecho de que algo así ocurra impunemente ante un panel de cuatro experimentados periodistas: tres de ellos, comentaristas y conductores de noticieros, estrellas de la pantalla; y una cuarta, dirigente del gremio. Cuatro periodistas que, se supone, debieron prepararse y documentarse para la entrevista, uno de cuyos temas de cajón (y no el menos importante) era el caso de Diego Oquendo.

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Hay dos posibles explicaciones. Primera, negligencia pura: los periodistas se presentaron a la entrevista sin haber leído siquiera la documentación básica. Segunda, acomodo: los periodistas decidieron que al Presidente se le puede permitir una que otra mentira. No sé cuál de estas cosas es peor ni me interesa. Pero me queda rondando una pregunta, a propósito de este tema de la libertad de expresión, que otra vez está sobre el tapete: ¿de qué libertad de expresión estamos hablando cuando la mediocridad de un Gobierno se apoya sobre la mediocridad del periodismo?