La Conferencia Episcopal Ecuatoriana, en un boletín de prensa, informó ayer sobre el resultado de su mediación en el conflicto que protagonizaron los hermanos Isaías y Fidel Egas, a través de sus respectivos canales vinculados. Hay que leer con atención este documento, en el que lo no dicho resulta tanto o más importante que lo dicho.

Las autoridades de la Iglesia aseguran haber constatado, tras una semana de diálogos, “un mutuo entendimiento y conciliación de las partes interesadas”, a las que no se identifica en todo el boletín. “Se manifiesta –continúan– un renovado compromiso por tener especialmente en cuenta el honor de las personas y de las familias, así como la imparcialidad en la difusión de las noticias”. Dado que “las partes interesadas” han decidido renovar su compromiso con principios tan elementales de la ética periodística, cabe esperar que estén conscientes de haberlos violado. De ser así, no estaría mal que se disculparan ante la teleaudiencia, que fue la más afectada por el conflicto.

La teleaudiencia: he aquí el límite de la mediación eclesiástica. La Conferencia Episcopal, cuya intervención fue oportuna y se agradece, puede evitar que unos ex banqueros y un banquero se peleen en la TV, pero no puede, ni le toca, representar a la audiencia.

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La Iglesia intervino como un último recurso de la institucionalidad para frenar una campaña mediática nociva para el país, porque no existen reglas claras ni espacios adecuados de mediación. El anuncio de que “quedan establecidos unos cauces de comunicación y diálogo que permitan en el futuro afrontar cualesquiera diferencias”, ¿significa que la Iglesia va a ser el sustituto de la malograda Asociación de Canales?

A algo no se comprometen las partes interesadas: a transparentar ante la audiencia su relación con grupos de interés ajenos al periodismo. Y ese es el fondo del problema.