Sor María Ludovica, beatificada el domingo pasado por el papa Juan Pablo II, nació en Italia en 1880 pero pasó gran parte de su vida y murió en Argentina, donde convirtió al hospital de niños de la ciudad de La Plata, que hoy lleva su nombre, en una institución modelo.

El Papa dijo, en idioma español, que la existencia de la Madre Ludovica de Angelis estuvo consagrada a la gloria de Dios y al servicio de los hermanos. El Pontífice hizo estas manifestaciones durante la audiencia que concedió ayer en el Aula Pablo VI a los fieles venidos de Argentina, Italia, Francia, Austria y otros países.

“Ella no hubiera llegado a ser lo que fue, esa personalidad relevante, esa gran impulsora de la salud pública de los niños, si no hubiera sido una santa”, manifestó desde Roma el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, quien asistió a la ceremonia del pontífice, realizada el pasado domingo.

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“Es uno de los grandes personajes carismáticos de la Argentina, como fray Mamerto Esquiú y el cura Brochero, cuyos procesos de beatificación están también avanzando”, añadió el secretario de Culto del gobierno de la provincia de Buenos Aires, Guillermo Olivieri.

La Iglesia argentina tiene un solo santo, Héctor Valdivieso Sáenz, y cinco beatos, contando a María Ludovica.

El proceso de beatificación de esta religiosa comenzó en 1987, pero solo en diciembre último la Congregación para las Causas de los Santos reconoció el milagro que se requiere para adquirir su nueva categoría.

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Se trata de la curación “científicamente inexplicable” en 1992 de Antonella Cristelli, una niña de La Plata nacida con espina bífida, las vías urinarias, la vejiga y un riñón deteriorados y las piernas inmóviles.

Los padres llevaron a la pequeña hasta la tumba de María Ludovica y le rezaron y pronto la niña se puso de pie. A los 20 meses caminó normalmente, sus órganos sanaron y no fue necesaria una intervención quirúrgica que se planeaba para ella.

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