Este guayaquileño de 40 años abre todas las mañanas las puertas del tradicional parque de Guayaquil.

Ocho llaves metálicas, atadas por un cordón negro, cuelgan del bolsillo derecho de su uniforme, un pantalón y una camisa azules tipo safari acompañado de una gorra, botas negras y un tolete policial.

Las lleva siempre en el mismo sitio. Receloso, con cautela y verificando, a cada minuto y casi obsesivamente, que no se hayan deslizado hacia afuera.

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Para él es como si tuviera el destino de la ciudad en sus manos: las puertas de uno de los lugares más destacados del centro de Guayaquil.

Con cuatro de las llaves abre igual número de candados y deja rodar por los rieles instalados en el piso las puertas de 15 metros de largo que unen –a través de la avenida Nueve de Octubre– el centro y el noreste de la urbe.

Esteban Muñiz lleva nueve meses en el oficio: abrir las puertas del parque Centenario, el más tradicional de la ciudad, el del monumento a los próceres de la Independencia, el de la Aurora Gloriosa, el que sirve de puente a más de 2.000 personas para atravesar la 9 de Octubre, desde Lorenzo de Garaicoa a Pedro Moncayo.
Desde la zona militar a la Corte Superior de Justicia o desde la antigua farmacia Victoria a la Casa de la Cultura.

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Desde entonces se ha acostumbrado a madrugar. Todos los días, casi automáticamente, como alarma de reloj programada para sonar.

Confiesa que se levanta a las 05h30 para alistarse y tomar un bus hacia su trabajo; justo a las 06h45, pasa una de las líneas de transporte por una de las calles empolvadas de la cooperativa El Fortín con rumbo al centro.

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A la adoquinada vereda del parque, regenerado en el 2003, llega a las 07h00, al igual que otros seis compañeros que están a su cargo. Ellos cumplen el turno de 07h00 a 19h00, que luego es completado por un número similar de guardias de seguridad entre las 19h00 y las 07h00. “Lo primero es ver que todo esté en orden y ver si hay que limpiar algo”, cuenta este guayaquileño de 40 años, 1,65 de estatura y ojos rasgados.

No puede tardarse más de una hora porque el parque debe estar abierto a las 08h00. Y así lo hace. A esa hora está listo para el primer ciudadano que quiera cortar camino y cruzar o para que un grupo de jubilados se instale a conversar o a leer las últimas noticias del periódico.

Pero su tarea no ha sido del todo fácil. “Nos toca lidiar con personas malcriadas, que a veces son groseras o vienen borrachas. Y eso no me gusta porque aquí nos caracterizamos por tratar a la gente con amabilidad”, dice.

Es su primera vez a cargo de un lugar público. Antes trabajó como guardia de seguridad en haciendas y urbanizaciones privadas, pero nunca controlando el orden y la tranquilidad en un área de distracción.

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No es solo el San Pedro del lugar. Con las cuatro llaves restantes abre las puertas de los generadores y de las tomas de agua para mantener funcionando el agua y la iluminación del parque. Además, verifica que ningún visitante infrinja las leyes: no acostarse en las bancas, botar basura, arrancar plantas...

Su tarea dura, casi siempre, hasta las 19h40. Luego de ver que haya salido la última visita, da una vuelta más al sector, introduce su mano en el bolsillo derecho del uniforme y saca las llaves para correr las puertas verdes del parque y ponerles candado, una vez más.