El sensacionalismo vende; en la televisión, entre más sangre haya, más público se tiene. De seguro que a los televidentes les atraen las entrevistas en las que las  esposas y los hijos lloran.

La red terrorista de Zarqawi en Iraq ha desarrollado un arma nueva y poderosa. No requiere municiones ni fanáticos suicidas, no implica riesgos de muerte o captura para los terroristas, y proporciona dinero para financiar otras operaciones.

El arma es el secuestro publicitado. Imágenes de cautivos indefensos que suplican por sus vidas desatan la cobertura mundial de familias que lloran rogando por misericordia. Las películas concluyen en ocasiones con un Zarqawi sádico que lentamente corta las cabezas de sus víctimas.

Para los guerreros psicológicos, es una táctica en la que se gana de cualquier forma. Si un contratista privado paga el rescate, el dinero extorsionado compra cohetes y morteros. Si un gobierno paga el rescate con el retiro de sus tropas, la victoria diplomática terrorista desalienta al resto de la coalición. Si no se paga el rescate, entonces la película de la decapitación de los rehenes llena de temor el corazón del espectador, morbosamente fascinado.

El arma del secuestro no siempre produce los resultados propagandísticos que desean los asesinos. John Burns de  The Times señaló desde Bagdad en el noticiario ‘NewsHour’ de PBS (sistema de televisión pública de Estados Unidos) que los asesinatos espeluznantes llenaron a los iraquíes civilizados de una profunda repugnancia. Recuerdan muchos de los métodos de cortar manos y lenguas usados por los matones de Saddam para reprimir a la resistencia.

Sin embargo, esto también asusta a muchos iraquíes, y manipula a los medios de comunicación para intimidar a millones en el extranjero cuyo apoyo es necesario para derrotar a los terroristas.

Nadie debería ordenarle a los reporteros que “resten importancia” a un reportaje de interés humano que desgarra las entrañas, y que implica crueldad, violencia y muerte. Ni los medios deberían dejar de informar sobre el conteo de víctimas o de honrar a los caídos por desagradable que pueda ser. La guerra implica sacrificios.

Sin embargo, los periodistas responsables deberían considerar la prudencia de permitir que unos terroristas que saben de medios de comunicación los manejen a su antojo.

El sensacionalismo vende; en la televisión, entre más sangre haya, más público se tiene. De seguro que a los televidentes les atraen las entrevistas en las que las preocupadas esposas y los hijos lloran. Los navegadores de la red obtienen “éxitos” al colocar las imágenes más truculentas. Los índices de televidentes aumentan al explotar el patetismo del drama creado por la red de Zarqawi: primero llega el informe del secuestro; después, las súplicas televisadas de los inocentes arrodillados y condenados; después la cobertura de marchas y vigilias para rogar que se pague el rescate; finalmente, en uno de cada cuatro casos, la entrega de cadáveres desmembrados y la proclamación jubilosa de la culpa.

¿Tenemos que convertirnos en conductos de esta coreografía espeluznante de secuestros y muertes reales? Estamos obligados a informar sobre ello, pero no necesitamos seguirles el juego a los propagandistas del terror al explotar el mayor horror posible de ello.

Sabemos que el propósito fundamental del arma del secuestro es sacar a las fuerzas de coalición de Iraq, y de evitar que se lleven a cabo elecciones libres.

Sabemos, también, que el arma del secuestro está dirigida contra las elecciones estadounidenses. Lo que no sabemos es cómo va a afectar su uso excesivamente publicitado. ¿Los estadounidenses van a reaccionar a los secuestros todo el tiempo al asquearse del salvajismo y recurrir al candidato determinado a arrasar con los bárbaros? ¿O van a estar tan asqueados como para pensar que los iraquíes son incivilizados sin esperanza o han sido aplastados, y recurran al candidato que nos sacará de allí lo más rápido posible?

El fin de semana pasado, John Kerry, quien es evidente que ha decidido sustituir a Howard Dean como el candidato contra la guerra, ayudó a magnificar el arma del secuestro de los terroristas. En un comercial programado que Kerry aprobó personalmente, justo antes de acusar a George Bush de no contar con un plan para sacarnos de Iraq, la campaña demócrata minimizó el mensaje que ha estado enviando Zarqawi: “Estadounidenses –dijo el anunciante de Kerry–, están siendo secuestrados, retenidos como rehenes, incluso decapitados”.

Aunque es indudable que es preciso, que un candidato político se haya prestado a esa evocación del horror es un error garrafal. Es el tipo de llamado emocional que se esperaría de la presidenta Gloria Arroyo, de Filipinas, quien sacó de Iraq a 51 tropas, cediendo ante la demanda de los secuestradores, dándoles ánimo para agarrar a víctimas nuevas.

Ya es suficientemente malo que algunos medios de comunicación irreflexivos se conviertan en una cámara del eco de la propaganda del pánico; es peor cuando el candidato de un importante partido aprueba su uso para impulsar su candidatura contra la guerra.

© The New York Times News Service.