En su insaciable gusto por perder el tiempo, el Presidente de la República se ha obstinado esta vez en mantener el enfrentamiento con los medios de comunicación.
Cuando parecía que por fin había escuchado a quienes le aconsejaban que dejara de lado el careo con el fotógrafo de EL UNIVERSO por el asunto de los calendarios, y parecía que podía dedicarle un par de minutos a temas un poquito más importantes, como la negociación del TLC o la negativa legislativa a su propuesta de ley eléctrica, ha vuelto al campo en el que solamente puede perder.

Perder y desgastarse, ese es el futuro de un mandatario tremendamente débil, sin experiencia política, con una visión cuartelera de la democracia y sin comprensión alguna del papel que les cabe a los medios en un régimen democrático. En la relación con ellos siempre le ha ido mal y, a menos que prosperen las peregrinas y autoritarias ideas del flamante Secretario de Comunicación, siempre seguirá así. Para empezar, medios y periodistas están protegidos por la Constitución que, aunque el Presidente confiese que no la ha leído –como lo hizo precisamente en un medio–, está tan vigente que el propio poder presidencial se asienta en ella como lo proclama la banda que frecuentemente ciñe su pecho. En segundo lugar, la prensa es una de las pocas instituciones que aún gozan de credibilidad, de manera que enfrentarla no es buena jugada táctica. Finalmente, aunque la mayoría de la población valora poco y ejerce menos su condición ciudadana, sabe que la pérdida de las libertades comienza por persecuciones y mordazas a la prensa, lo que hace de este un tema altamente sensible.

Además, en el plano político inmediato, hay el riesgo de que la misma acción judicial que se abriría con la indagación de la Fiscalía se vuelva en contra del Gobierno y del propio Presidente. Si Diego Oquendo es llamado a revelar sus fuentes, simplemente puede acogerse a la disposición constitucional que le permite guardar la reserva al respecto. Nadie puede obligarle a ir más allá. Entonces quedaría sobre la mesa ya no lo dicho por el periodista, sino el hecho al que él se refirió, lo que quiere decir que la indagación se orientaría hacia los dineros de la campaña del entonces candidato presidencial. Si no es suficiente la experiencia ajena –como la del ex presidente Samper de Colombia que vivió todo su mandato acosado por denuncias de este tipo–, ahí está la propia para saber que ese es terreno pantanoso. Los afiches mexicanos y el supuesto aporte del ex gobernador de Manabí deberían servir para comprender que en esos temas las cosas nunca terminan por aclararse y que allí pesan más las sospechas que las verdades.

El costo, entonces, es doble. Por un lado aparece como intolerante y, por otro lado, se coloca nuevamente en el ojo de la tormenta. Más allá de alguna satisfacción personal, los beneficios políticos para el Presidente serán inexistentes. Otro error más por esa vocación inexplicable de vivir en el conflicto.