Cada cierto tiempo, de manera recurrente, algún vocero del régimen abre los fuegos sobre temas absolutamente intrascendentes. Hace unas semanas discutíamos cuántos calendarios repartió el Presidente de la República en una concentración de simpatizantes; ahora, el debate girará (¿cuánto tiempo?) en torno al supuesto carácter subversivo de una pregunta formulada por  el director de un informativo de radio.

Estas maniobras, en algunos casos, intentan desacreditar además el derecho a la libre información, pero no creemos que ese sea su mayor peligro; nuestra sociedad posee poderosos anticuerpos para defender ese derecho esencial en una democracia. Lo más grave y lo que sí preocupa es la intención evidente de evitar el debate sobre los temas que importan: el estancamiento de la producción petrolera, la crisis del sector eléctrico, la ineficiencia y la corrupción en Pacifictel, y tantos otros asuntos que requieren de respuesta inmediata.

Los que proponen estas tácticas deberían comprender que el país no es un enemigo al que haya que combatir, por lo que no cabe esta clase de maniobras. El país es un conglomerado de ciudadanos que necesitan de guía, y eso no se conseguirá con debates intrascendentes sino proponiendo soluciones realistas y sensatas a los grandes problemas que permanecen sin definición.