El papa Juan Pablo II beatificará  hoy en el Vaticano al emperador Carlos IV  de Austria y a la mística alemana Anna Katharina Emmerick, cuyos escritos inspiraron el filme de Mel Gibson La pasión de Cristo.

Durante la ceremonia, organizada en la Plaza de San Pedro y a la que asistirán autoridades de toda Europa, el Pontífice beatificará también a dos religiosos franceses, Joseph-Marie Cassant y Pierre Vigne, así  como a la misionera italiana María Ludovica de Angelis, quien pasó la mitad de  su vida en Argentina.

Juan Pablo II, quien es considerado el mayor “fabricante de santos” de la historia de la Iglesia, en casi 26 años de pontificado ha proclamado 1.342  beatos y 482 santos.

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En menos de 2.000 años de historia, los pontífices habían proclamado 1.310 beatos y 300 santos.

Hasta el año 1588, cuando la Iglesia creó un organismo para reglamentar los casos, los santos eran proclamados por el pueblo.

La beatificación del último emperador de Austria, educado en el más estricto régimen católico, suscita polémicas en su país, donde se le acusó de  haber autorizado el empleo de gases mortales durante la Primera Guerra  Mundial.

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Sin embargo, para el Vaticano, que antes de beatificar realiza un estudio detallado del candidato, y que reconoció en el 2003 sus virtudes heroicas, se  trata de una figura ejemplar que se comprometió ante todo por la paz.

Miles de peregrinos y devotos, procedentes de Austria, Francia e Italia,  asistirán a la ceremonia que se transmitirá por televisión a numerosos países  y contará con la presencia de la crema y nata de la nobleza europea.

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El último emperador del viejo continente, Carlos IV de Austria, hijo del  archiduque Otto y de la princesa María Josefina de Sajonia, nació el 17 de  agosto de 1887 y murió con “fama de santo” el 1 de abril de 1922 en la isla de  Madeira, donde se había exiliado.

Según la biografía divulgada por el Vaticano, el emperador Carlos IV fue durante la Primera Guerra Mundial “el responsable político que apoyó los esfuerzos del papa Benito XV en favor de la paz”.

Las autoridades eclesiásticas consideran que el emperador trabajó por una legislación social inspirada en las enseñanzas del cristianismo y que después de la guerra “respondió al deseo del Papa de frenar la llegada al poder del comunismo en Europa”.