A la hora de las noticias vemos el cuerpecito de una niña de cuatro meses, muerta por los efectos de la brutal violación a la que fue sometida por su tío abuelo, con el conocimiento de su madre. Y a la hora del entretenimiento, vemos al Compadre Garañón practicando su rutina de sexo a la fuerza con Camilita, integrante del grupo brasileño Ta dominado, al grito de “dos cucharadas de caldo y mano a la presa” (Garañón fue invitado al programa de Mariela Viteri para promocionar el Circo de Mi Recinto y, de paso, violar una carioca).

¿Qué tipo de perversa relación existe entre estas dos imágenes, entre la violación y su parodia festiva? Obviamente, no es una relación mecánica: que Garañón viole tres mujeres por semana no significa que sus fanáticos lo hagan, así como ver asesinatos en la pantalla no convierte a las personas en asesinas, salvo casos patológicos. La influencia de la TV sobre la gente no es un proceso de causa y efecto, sino algo más complejo.

Sería exagerado afirmar que Garañón incita al estupro. Simplemente, nos acostumbra a vivir con él. Mejor dicho: nos acostumbra a un esquema de comportamiento, de relaciones humanas y de género,  en el cual la agresión sexual está dentro de los límites de lo tolerable. El personaje de Garañón reclama para sí la dudosa posibilidad de ser violador y buen tipo al mismo tiempo. Y Mariela no se cansa de alabar sus valores positivos de “buen hombre”: “no tienes dobles sentimientos –le dice–, eres buen amigo, eres leal, yo creo que son cosas que también gustan a la gente”.

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Una de las peores cosas que tiene la violencia sexual es la complicidad que se teje a su alrededor. La violencia sexual existe, en gran medida, porque la sociedad la tolera, tal como ocurre en el utópico y aberrante ‘Mi Recinto’. Con un mínimo de responsabilidad y una gota de inteligencia, los productores de esta serie comprenderían lo que están haciendo.