Según un estudio, los adolescentes estadounidenses que se comprometieron a la abstinencia finalmente terminaron por contraer enfermedades de transmisión sexual casi con tanta frecuencia como el grupo que no lo hizo.

Como los productores de series de episodios en la televisión de la década de 1950, quienes desvanecían cualquier insinuación de sexo presentando dos camas separadas para esposo y esposa, el Presidente Bush trata de desvanecer el sida con visiones ridículas de años pasados. Se jacta de haber propuesto el triple de fondos para la educación destinada a fomentar la abstinencia. Pero cuando llega a pronunciar la palabra “condón” siempre es en tercer lugar en su abc de abstenerse y ser fiel.

“Creo que nuestro país necesita un mensaje moral práctico y eficaz”, ha declarado Bush. “Necesitamos decirle a nuestros hijos que la abstinencia es la única forma segura de evitar contraer el VIH. Es algo que siempre funciona”.

Bajo la superficie, sin embargo, su visión de los años cincuenta de un mundo carente de sexo no es cosa de risas. Es algo letal.

Los condones reducen en 87% la trasmisión del virus del VIH que lleva al sida. Esto me parece una información importante que debe transmitirse a una nación donde la mitad de los estadounidenses pierden su virginidad antes de los 20 años de edad. En Tailandia, una urgente campaña de salud que se caracterizó por una promoción masiva del uso del condón ayudó a reducir las infecciones de VIH, que fueron 143.000 en 1991, a 19.000 en 2003. Expertos en Salud Pública de ese país creen que los condones han ayudado a salvar 8 millones de vidas, según información publicada en Today de Estados Unidos. Tomando prestada de los estadounidenses una frase popular, la campaña contra el sida tiene el lema de “Confiamos en el hule”.

En Estados Unidos, sin embargo, desconfiamos del condón. En junio, el CDC (Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, por sus siglas en inglés) anunció nuevas reglas que precisaban que cualquier campaña de prevención de sida “debe contener información médicamente exacta respecto de la efectividad o falta de efectividad de los condones”. ¿Falta de efectividad? ¿Cuando Tailandia redujo en 124.000 su número de infecciones anuales de VIH, que eran 143.000 en 1991?

El último informe de hechos de la CDC acerca de los condones y las enfermedades de trasmisión sexual empieza con elogios desmedidos para las dos primeras partes del abc de Bush. “La forma más segura de evitar la trasmisión de enfermedades de trasmisión sexual es abstenerse de tener relaciones sexuales o bien permanecer en una relación mutuamente monógama de largo plazo con un socio o socia que se haya hecho el examen necesario y que se sabe que no está infectado”, dice el informe.

En un párrafo aparte, el reporte continúa: “Para personas cuyo comportamiento sexual los coloca en riesgo de enfermedades de trasmisión sexual, el uso correcto y constante del condón de látex para varón puede reducir el riesgo de estas enfermedades. No obstante, ningún método de prevención es ciento por ciento eficaz, y el uso de condones no puede garantizar una protección absoluta contra cualquier enfermedad de trasmisión sexual”.

El informe añade que los condones pueden deslizarse. Los condones pueden romperse. El uso no regular de ellos puede dejar pasar el virus del VIH en una sola ocasión no protegida. En su segunda página, el informe añade: “Los condones de látex, cuando son usados en forma constante y correcta, son altamente eficaces”. Eso es lo que en periodismo se llama ocultar una noticia.

Por otra parte, Bush parece estar sumamente desinteresado en la efectividad o falta de efectividad de los programas de abstinencia sexual. En teoría, si alguien se las arregla para conservar su virginidad, por supuesto no contraerá VIH u otra enfermedad de trasmisión sexual. Pero los investigadores Peter Bearman, de la Universidad de Columbia y Hannah Bruckner, de Yale, llegaron a la conclusión de que los juramentos de virginidad postergaban el día de la primera experiencia sexual para los adolescentes en un promedio de un año y medio. Después de perder su virginidad estos adolescentes aseguraban tener menos parejas sexuales que quienes no habían prometido conservar la virginidad.

Pero los que prometían tal virginidad, particularmente si eran varones, tuvieron menos probabilidades de utilizar contraceptivos cuando finalmente tuvieron relaciones sexuales. Los que se comprometieron a la abstinencia finalmente terminaron por contraer enfermedades de trasmisión sexual casi con tanta frecuencia como el otro grupo.

¿Es posible que un énfasis exagerado en la abstinencia cree un adolescente más ingenuo que está poco preparado para esa eventual primera relación sexual y corra tantos peligros como el otro grupo posteriormente? Los que se comprometen a no tener actividad sexual tienden menos a hacerse exámenes para detectar enfermedades de trasmisión sexual, y es mucho menos probable que se enteren de que las padecen.

* The Boston Globe
© The New York Times News Service.