Ha celebrado 62 años de trabajo. El Colegio Americano puede mostrar los valores de un sólido aporte para la formación estudiantil. Sus innovaciones, desde hace tanto tiempo, han persistido en la acción conjunta de numerosos factores constructivos. El comienzo: los padres y los pupilos.

El resto lo ha hecho la capacidad del trabajo. Me honra decirlo y refrendarlo por la distinción que me toca. Me formé como profesor mucho antes de ir a la educación fiscal o pública, en los colegios Alemán Humboldt y Americano.

Participé directamente en cuanto puede mejorar al adolescente que se confía al formador, es decir, a aquel que debe ayudar a descubrir en el joven su destino. Y sugerirle las herramientas que le permitirán construirlo.

Me ha honrado el Americano al dedicarme su Anuario. Y evoco los años de prueba que se vivieron, a pesar de que ahora también se experimenta una muy hiriente crisis mundial.

Es de imaginar, decía un educador del Americano, ahora, el impacto recibido por niños y jóvenes de esta generación con el terrorismo múltiple en estampida más que brutal.

Mi época del Americano fue –si miramos las crisis– la de esa terrible guerra del mar territorial y el derecho a las 200 millas. Esto por parte de países como el Ecuador.

Fue el tiempo de la tensión horrorosa entre Cuba, cohetes rusos en la isla y EE.UU. en la mira del mundo para ver qué resolvía Kennedy.

Y, también, el día del asesinato de ese Presidente, algo que –ahora– quizás no sea de tanto impacto, por las oleadas de violencia que cada día anuncia desangres que dejan corta a la imaginación.

Pero el asesinato de un mandatario norteamericano, de un atractivo político del país que se consideraba ajeno a acciones de esa clase, hizo que ese asesinato sea en el Ecuador, algo desconcertante.

Fue la época cuando, en otras vías, ya en el Aguirre Abad, la música llamada moderna entraba con vocaciones admirables como las de –casi un niño, entonces– Héctor Napolitano. Hoy el viejo Napo... Y, con ese niño, Gabriel Pin, Tito Haensel, los Neumane. Y el crecimiento de los clubes de la Unesco.

El Americano, con 62 años, con niñez y juventud que triunfa en Ciencias, que vive el arte –violines, guitarras– con maestros empeñosos, como siempre ha sido, tiene tarea para extensos caminos.

Los valores humanos perfeccionados en sus aulas, no pueden soslayar evocaciones de maestros como los doctores Nuques, Carlos Esteves o Mosto.
Por el hecho grandioso y sencillo a la vez, de enseñar con sapiencia, verificar con rigor. Y manifestar perfecta puntualidad, dedicación al elemento central de la enseñanza, el alumno y su ser psíquico, social y espiritual al que todo educador debe llegar, comenzando con su palabra y su entusiasmo.