La pieza de la escultora guayaquileña forma parte del proyecto ‘Arte para todos’, que busca integrar el arte al paisaje urbano.
Una escultura de cuatro metros de altura por ocho metros de radio, de la artista guayaquileña Larissa Marangoni Bertini, está instalada a la salida del aeropuerto de Tegucigalpa, la capital de Honduras, desde fines de julio y se quedará en ese lugar de manera permanente.
La obra, que la escultora trabajó en diez días como parte del proyecto Arte para todos, convocado por el Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas, el despacho de la Primera Dama de la nación y el Municipio de Tegucigalpa, está realizada en hierro y mármol y tiene un peso aproximado de diez toneladas.
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Aspectos como la libertad, la esperanza, las preocupaciones ecológicas están abordados en la pieza, “porque la piedra representa a la madre naturaleza y la estructura de hierro, la parte industrial, la agresión al ecosistema”, dice la artista, de 37 años y madre de una hija.
Para edificar la obra, Marangoni se trasladó a Tegucigalpa, al igual que 50 artistas de otros países del mundo, que realizaron piezas murales o escultóricas en diversos lugares de la ciudad. La idea era poblar con ellas la capital de Honduras, para que el arte esté en espacios públicos, al alcance de todos y con temáticas relacionadas con las metas del milenio de las Naciones Unidas. La escultura que edificó Marangoni fue la de mayores proporciones.
Los organizadores del proyecto Arte para todos les ofrecieron el material, la estadía y la alimentación a los artistas, y ellos pusieron su creatividad, su tiempo, sus horas de trabajo. La convocatoria para el proyecto se realizó vía internet y Marangoni aplicó. Envió las especificaciones técnicas y artísticas de lo que planeaba hacer. Al poco tiempo recibió la notificación de que su proyecto fue aceptado.
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A mediados de julio viajó a Tegucigalpa. Vivió diez días de jornadas intensas y de amistad. Trabajó fuerte, al aire libre, cobijada por el abrasador sol, y vio cómo laboraban los otros 50 artistas, que, al igual que ella, fueron aceptados con sus ideas. Fue un encuentro de arte no competitivo, sino de confraternidad, de propuestas para la ciudad.
Lo primero que le tocó hacer a Marangoni fue trasladar en camiones los grandes bloques de mármol y el hierro. Luego, cortar el material y soldar. Las jornadas las iniciaba al amanecer y volvía al hotel cuando moría la tarde, extenuada pero feliz de su labor. Como broma dice que tiene algo de masoquista. El espacio que le asignaron para su trabajo fue de 112x60 metros. Como complemento de la obra sembró césped y plantó ciertos árboles.
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Tuvo un equipo de doce personas que la ayudaron. Por la magnitud de la escultura y, sobre todo, por el peso de los materiales, necesitaba colaboradores.
A todos los recuerda con gratitud. Dice que fue una experiencia maravillosa. “Lo importante era tener una obra allá. Quería tener una escultura grande. Por ganar rapidez no iba a hacer algo más sencillo”, señala.
De vuelta a Guayaquil, Marangoni sigue trabajando en lo que es su pasión, la escultura, y alistando una muestra titulada Estoy buscando hogar, que planifica exhibir en el exterior el año próximo. Parte de la serie es la pieza que presentó en el salón Mariano Aguilera de Quito y que ganó mención.