Soy un convencido de que el Gobierno no debe intervenir de forma indirecta en la economía. Si hace años el Banco Central no hubiera realizado el salvataje del primer banco que caía, lo más probable es que muchos de los bancos que hoy están en manos del Estado no hubieran quebrado. La señal que se envió a la economía y a los banqueros fue de que podían manejar sus bancos como a bien tuvieren, porque por el miedo al pánico bancario, el Estado haría cualquier cosa, a cualquier costo, para que no caigan.

Hoy, el sistema financiero es un poco distinto. Las leyes, en teoría, no le permiten al Gobierno intervenir de forma directa para salvar un banco en apuros. El peligro de contagio del resto del sistema también debería ser menor, y el sistema financiero en general debería ser más sólido.

Pero el país, ante la última batalla entre dos grupos económicos, está desviando su atención hacia el humo, sin querer ver el color de las llamas.

No interesa lo importante ni lo grande que sea un banco para la economía.
Tampoco se debe ver el asunto desde un punto de vista regional. No importa si un grupo es de la Sierra o de la Costa. Es incluso irrelevante el motivo por el cual actúan las partes, así fuere este la venganza. Lo único que debería importar es la razón que hubiere en cualesquiera de las dos argumentaciones. Importa en realidad si en la quiebra del Filanbanco hubo dolo. De si en realidad es cierto que mientras el banco fue privado solo hubo problemas de liquidez y quebró por responsabilidad del manejo estatal o no. Debe importar si la compra del Banco del Pichincha se realizó como la prensa nos ha descrito, con préstamos financiados con fondos de la reserva monetaria, depositados en un banco off shore de dudosa solvencia. Es importante saber quiénes fueron los funcionarios de las autoridades monetarias que aprobaron tales operaciones, de si los negocios con la Corporación Financiera Nacional son como nos los han pintado, de si es comprobada la vinculación accionarial entre los dueños del Banco y del Canal de televisión, lo cual en teoría es prohibido. Es solo importante si es verdad o no lo que de un lado y otro nos informan. Nada importan las consecuencias, ni la región, ni los actores. Si la verdad sobre ciertos bancos hubiera sido conocida la década pasada, aunque algunos bancos hubieran desaparecido, el costo para el sistema y el pueblo hubiera sido muchísimo menor. Ningún periodista puede ser acusado de irresponsable por realizar dichas denuncias. Lo irresponsable es no hacerlo si se cree estar en la verdad. El lema de este diario, “El Estado puede ser agitado y conmovido por lo que la prensa diga, pero ese mismo Estado puede morir por lo que la prensa calle. Para el primer mal hay un remedio en las leyes. Para el segundo, ninguno. Escoged pues entre la libertad y la muerte” será siempre cierto sin importar las circunstancias o consecuencias. ¿Serán ciertas las denuncias? Solo esclarecer la verdad hará que el sistema financiero permanezca fuerte a largo plazo.