En numerosas ocasiones (casi todas), sobre todo cuando se anuncian estrenos de películas en ciertas salas de la ciudad, he sido testigo del pésimo control sobre la conducta de la concurrencia.

Toda suerte de celulares prendidos con sus melodías son la molestia menor de todo cuanto ocurre ahí: jóvenes y no tan jóvenes incurren en conversaciones molestosas de volumen alto, que no permiten a nadie disfrutar de la película o concentrarse en ella; risotadas; mofa; algarabía descontrolada y fastidiosa...

Y cuando quienes protestamos ante una gavilla de seudoanarquistas somos insultados provocando que el termómetro trepe a niveles incontrolables, y quienes están alrededor –¿solapadores, cómodos o cobardes?– piden que nos calmemos con frases salomónicas como: “Ya, quédate frío, no hagas relajo por gusto...”; es decir, quien pega el grito por sus derechos, es enajenado, mal visto.

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La costumbre de acudir a la pantalla gigante, sumado al bien manejado mercadeo ha promovido una generación de cinéfilos, lo cual encuentro positivo. Entonces, si están conscientes de que es un buen negocio ¿por qué no se ocupan de este problema? ¿Temen que les reclamen o que no vuelvan? El respeto no es un fenómeno que perdió vigencia, es una norma de conducta que hoy pide la urgente reinserción en el núcleo de la pasiva y despreocupada familia.

Gustavo Zevallos Valero
Guayaquil