Si el Ecuador advirtiera que, de forma progresiva e irresponsable, se está perdiendo el control del manejo de las islas Galápagos, atentando de forma directa a la sensible situación bioambiental del archipiélago, se debería empezar a reflexionar sobre la posibilidad de un viraje radical que implique el reconocimiento de tal realidad y la búsqueda simultánea, en la comunidad internacional, de un plan de apoyo y monitoreo que permita que el país, sin ceder un milímetro de su soberanía, cuente con la aplicación de un severo ajuste ambiental, el cual privilegie el mantenimiento del patrimonio ante la arremetida de intereses políticos y económicos.

Galápagos no admite otras salidas; si era necesario la veda total de la captura de pepinos de mar, resultaba forzoso así ordenarlo, sin embargo, se encontraron soluciones a medias que han profundizado el problema; ahora con la pugna existente entre los guardaparques del Parque Nacional Galápagos y el Ministro de Medio Ambiente, no cabe duda de que, a estas alturas, la situación no solo desborda la afectación de la imagen turística del país, sino que desnuda el deterioro institucional de entes que, como el Parque Nacional Galápagos, se habían constituido en ejemplos de manejos coherentes, eficientes y definidos, todo lo cual contribuye a aumentar las posibilidades de crear daños irreparables a un medio tan único y delicado como el de Galápagos.

Por eso es que como van las cosas, con la politización de instituciones claves, con la depredación ambiental, con el casi imposible control del crecimiento poblacional en las Islas, solo caben decisiones dramáticas pero también creativas, que permitan dejar a un lado tantas habladurías y rasgaduras de vestiduras, buscando beneficios comunes para todas las partes. ¿Quiere la comunidad internacional, el país, conservar y mejorar el patrimonio natural permitiendo que Galápagos siga siendo el tan comentado paraíso perdido de la humanidad? Bien, entonces que se establezcan privilegios y concesiones recíprocas: que el Ecuador permita que instituciones internacionales diseñen estrategias de control y monitoreo que sean seguidas al pie de la letra por el país, de forma tal que no existan contradicciones ni disculpas al momento de rendir las cuentas de tan especial encargo.

En contraparte, el país debería buscar-solicitar-exigir la donación de un importante fondo cuya cuantía solo puede estar marcada por la importancia del patrimonio natural más importante que existe –¿cuánto podría ser, mil millones, dos mil, tres mil?–, que permita no solo la implementación de los planes diseñados y exigidos por los organismos internacionales, sino también la aplicación de tales recursos para la atención privilegiada de otra necesidad básica del país, la inversión en el sector educativo, cuyas limitaciones son tan dramáticas como insostenibles. Puede resultar peregrina tal propuesta, pero la combinación resulta ciertamente llamativa:
control y conservación del patrimonio, obtención de un fondo especial. Quizás ese día los cormoranes de Galápagos, pájaros que por el proceso evolutivo han perdido su capacidad de volar, recuperen la posibilidad de hacerlo nuevamente.