Las mil batallas políticas que Guayaquil ha tenido y tendrá que librar por su civilizada supervivencia, no serán el fin de la Historia. Aún queda sangre heredada capaz de hacerla remontar todo lo que los “spidermen” inventen para detener su desarrollo.

Hay nuevas corrientes en la vida de Guayaquil. Guayaquil es ahora una ciudad para competir: es competitiva. Con el cambio de mentalidad administradora, la ciudad como tal está transformada, y su evolución continúa en el tiempo.

La ciudad recupera su lema: Por Guayaquil Independiente. Que no es renuncia a la nacionalidad ecuatoriana, sino el permanente recordar del ancestro rebelde huancavilca, que en cada amanecer mira al sol, se enorgullece de su platinado río y de las espaldas sudorosas de su gente que hace el día a día de la gran ciudad.

Se ha visto y probado que aunque el gobierno central –regionalismo o centralismo, igual da– por años y años ha tratado de frenar el desarrollo, la pujanza, la energía y la gallardía de nuestros gobernantes citadinos y provinciales, han logrado levantar de las cenizas lo que las ambiciones políticas destruyeron, usando a Guayaquil como catapulta para elevar y sublimar la negatividad y el retroceso.

Guayaquil ha despegado como gran ciudad. Los guayaquileños tenemos la obligación y la responsabilidad de mostrar nuestro pecho, cual coraza del más puro acero, para que nunca más se conculquen nuestros derechos de ciudad, que se pueda respirar el aire salino del Pacífico y podamos ver los grises pantanos, hoy muy visibles desde el también regenerado malecón del Salado.

Aún se carece de factores para compararla con otras del continente; los fantasmas negativos siempre están presentes: uno de los cuellos de botella está en la energía eléctrica, cuya inversión, administración y distribución en una u otra forma la maneja el Estado como arma de dominio político y distribución de privilegio, hasta que Guayaquil decida instalar su propia fuente de energía que abarque la provincia del Guayas, de la cual es su capital.

En buena hora que la regeneración como idea y acción nació en este puerto tropical magneto del país, y sirve para que otras ciudades prueben y confirmen que con autoridad, energía, honradez, creatividad y dirigencia competente, se puede reconstruir el legado de malas administraciones. Las ciudades no mueren; no han muerto Roma, Atenas y Cartago.

Como no es el fin de la Historia, Guayaquil no puede esperar a que todo esté concluido: no hay fin para una ciudad pujante. Ahora es la hora de “venderla” (término figurado). La Ciudad no está encerrada. Su economía siempre funcionó por el sector de la inversión privada. ¿Qué le ha llegado a Guayaquil de los ingentes recursos del petróleo? Por los préstamos para cubrir el déficit presupuestario habrá que pagar capital e intereses sin obtener beneficios.

Guayaquil en su nuevo sacudón se la debe convertir en ciudad productiva. Con un inteligente programa de marketing urbano, hay que transformarla en lugar seguro para la inversión creando estímulos municipales y orientando la participación en aquello que sea de más beneficio: manufactura, exportación, servicios, tercerías, etcétera; sin olvidar la educación, la salud con buenos hospitales privados, y los servicios financieros. Hay mucho lugar para la inversión privada. Ni el clima ni la ausencia de buena seguridad logran abatir al empresario que sabe del riesgo frente al terrorismo y el narcodinero.