La ilustración vivió  en el Ecuador tiempos brillantes, cuando pintores y escritores pensaban y creaban su arte al unísono. Y esa época está presente de manera explícita en Umbrales, la puesta en escena del arte ecuatoriano del siglo XX en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC). Tres figuras marcaron la época: Leonardo Tejada, Galo Galecio y Eduardo Kingman. Decenas de libros ilustrados por estos artistas son hoy piezas de colección.

Si bien Eduardo Kingman, autor de obras claves de la plástica ecuatoriana como Los Guandos, gozó de mayor reconocimiento público, hoy nos ocuparemos de Tejada, iniciador de la xilografía en el Ecuador, y de Galecio.

En Galecio convivían la ironía y la protesta. La primera, la ironía, le llevó a ser el inigualable caricaturista de Co-co-ri-co, la revista guayaquileña que renovó el humor político y social. Fue, además, creador de un tipo de escultura vanguardista en madera, en la que la ironía está contenida en el juego con los volúmenes.

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La segunda, la protesta, le condujo a la xilografía, a esas gruesas heridas grabadas en madera para dar testimonio de la fuerza y la crueldad de la vida de las gentes del pueblo. La finura de la pluma para juzgar los episodios de la política.
La profundidad del buril para denunciar el trasfondo histórico de la política.

Pero la xilografía le aproximó, además, a la literatura social de los años 1930 y 1940. Una complicidad en la que Alfredo Pareja Diezcanseco, Jorge Icaza o Adalberto Ortiz ponían la escritura y Galecio, junto a Leonardo Tejada y Eduardo Kingman, aportaban con el conmovedor grabado de la portada.

Estos ilustradores tenían algo que los unía: el profundo compromiso con la literatura y la denuncia que encarnaban los libros que ilustraban. Literatura y plástica comprometidas en un solo texto, en un solo discurso de ruptura. Los tres estaban empeñados en conquistar dimensión para el grabado, pues “entre la tierra y el cielo, balanceado precariamente en un escalón ínfimo, aparece esta especie de pariente pobre de las bellas artes llamado ‘artes gráficas’”, escribe el crítico francés Jean Charlot.

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Eran los tiempos de la creación del Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador (1936) y su Editorial Atahualpa, cuando, según afirma Raúl Pacheco Pérez “el clima intelectual y espiritual de la época estuvo determinado por el trabajo conjunto de los integrantes de este Sindicato: escritores, intelectuales, pintores y grabadores”.

Galecio nació en Vinces en 1908, no en el Vinces de los cacaoteros ausentes en París, sino en aquella ciudad de montubios que evoca su serie de xilografías de 1946: Pescador del río, Danza y la música negras, Calle del placer.
Se inició en Guayaquil, bajo la orientación de Roura Oxandaberro.

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Pero, la fuerza expresiva de su obra nace, quizá, de su contacto con los escritores de 1930 y su larga permanencia en México, en el Taller de Gráfica Popular, que contaría con maestros como Guadalupe Posada, el implacable humorista de la muerte; ambiente en el cual Galecio trabajó e imprimió su célebre carpeta de grabados Bajo la línea del Ecuador en 1946, obra que prefiguraba un sueño del artista casi imposible de realizar: un inventario plástico del país.

A diferencia de Tejada o Kingman que se vuelcan a la pintura, Galecio no abandona la xilografía, llegando incluso a incorporar color, con paréntesis en el muralismo, la escultura y la acuarela, además de la pasión por la caricatura. Entre sus mayores éxitos cuentan el premio obtenido en la III Bienal Hispanoamericana de Arte, realizada en España en 1956. Murió en 1993.

Las expresiones de Jean Charlot, quien incluyó a Galecio en The Jean Charlot Collection, resumen la fuerza de expresión de la obra de este ecuatoriano: “En cada grabado, Galecio eterniza su conflicto íntimo, el resultado es algo dinámico, algo viviente, una obra de arte en la cual no se puede gozar en paz y quietud del arte por el arte, y en la cual el mensaje humano, por intenso y trágico que sea, toma matices inesperados...”.