“Estoy aquí hasta que me toquen la campana”, dice, a los 96 años, un Leonardo Tejada que no ha perdido ni la memoria ni la ironía y que guarda en su casa su último lienzo, con el que clausuró su historia de pintor: una composición de grandes proporciones, en la que se sobreponen y acompañan rostros, apenas sombras de lugares y de formas contemporáneas, colores entrañables.

“Yo traje la xilografía al Ecuador”, indica y lo confirma el crítico Raúl Pacheco cuando afirma que “a Tejada se le debe que años atrás se produjera un verdadero renacimiento del grabado en madera”. “Comencé dibujando al carbón.
Utilizábamos la miga del pan de agua como borrador. Pero del verdadero pan de agua, sin manteca”, comenta. Y Elvia Chávez Jaramillo, su esposa, también alumna de Bellas Artes, asiente y recuerda los tiempos en que se mezclaban las tierras de colores con cola de carpintero.

Tejada evoca sus épocas de grabador, cuando el trabajo era común con los escritores, particularmente dos a los que nombra: los costeños Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. Para entonces, afirma el pintor, no conocíamos lo que era el regionalismo.

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¿Cómo comenzó su creación? “Juan León Mera, el hijo del escritor, me regaló una herramienta”. Y Marco Antonio Rodríguez en su libro Palabra e Imagen nombrará, además otro origen: “Los rituales de su padre, Virgilio Tejada, hacedor de guitarras”. La madera, entonces, estuvo presente desde la infancia.

Tejada recuerda su relación con los muralistas mexicanos José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, “el más bullanguero”, y Diego Rivera. “Estuve en México invitado en la casa de Rivera en los días en que a Frida Kahlo le amputaron una pierna. Llevaba un regalo para ella en nombre de Nela Martínez, que acaba de morir, y de Lucía Gómez de la Torre: una faja de motivos indígenas tejida en la prisión”.

Tejada fue una de las figuras descollantes del realismo socialista. Pero más tarde –confiesa– “me separé de esa tendencia, pues en los años 1950 ocurrieron cambios espirituales en nosotros. Yo busqué un estilo más personal, en momentos en que aparecían tendencias como el surrealismo, el postimpresionismo y otras... corrientes sin nombre. Nosotros ya habíamos conocido el simbolismo.
Buscaba el hombre como figuración. En ese momento un pintor me gustaba de manera especial: Joan Miró, al que conocí en París en 1947 y que revolucionó el arte”.

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En los años 70, Tejada se vincula a lo que será importante para su obra: la investigación científica del folklore ecuatoriano junto a un investigador brasileño del que todavía habla: Paulo de Carvalho Neto. “Para nosotros el estudio del folklore era una ciencia”, insiste. De sus lienzos, saldrán a partir de allí los personajes populares que protagonizan su obra de las décadas siguientes.