La integración internacional tiene tantos elementos positivos y negativos, que no es sensato y positivo oponerse, sino enriquecerla con valores humanos. Con este fin, en agosto de este año se reunieron en Sao Paulo laicos, obispos, sacerdotes, religiosas de América Latina y dialogaron ampliamente acerca de los tratados de libre comercio y sus efectos en las mayorías empobrecidas de nuestro continente.

Expongo algunas de sus reflexiones y sugerencias. No es posible encerrar la integración en lo económico. El valor económico está interrelacionado con otros valores humanos, como la cultura, el medio ambiente, la equidad.
No podemos reducir al ser humano al estrecho horizonte de la posesión y disfrute de las cosas materiales: la vida humana no se agota en el afán obsesivo de tener, comprar y consumir.

La integración ha de tener en cuenta dos fuerzas contrastantes: por un lado, la eficiencia y la competitividad; y por otro, la equidad. Los factores de producción, como todos sabemos, son el trabajo, el capital y la orientación dada por la filosofía, la ciencia y la técnica.

Una auténtica integración ha de tener en cuenta no solo uno de los valores, ni uno solo de los factores de producción; necesitamos una integración, que incorpore todos y también las dimensiones culturales, sociales y políticas entre los pueblos y que tenga conciencia de sus vinculaciones históricas profundas.

Los participantes en el encuentro de Sao Paulo, siguiendo el sendero trazado por la doctrina social, extraída de la Buena Nueva traída por Jesucristo, afirman que la dignidad de la persona humana purifica las fuerzas contrastantes, señalando sus límites; facilita así su entrelazamiento e integración.

Unas preguntas iluminan la necesidad de integrar factores de producción y valores humanos: ¿Por qué los productos de la industria china son tan baratos y supercompetitivos:
¿Solo por desarrollo científico-técnico? ¿Solo por abundancia de materia prima? ¿Solo por la educación y formación de los empresarios y obreros? ¿O también y, sobre todo, por la imposición de bajos salarios?

¿Es positivo, a largo plazo, negociar por separado con los gigantes? ¿Pueden separadamente los pequeños exigir coherencia a los grandes? Los subsidios que los industrializados dan a su agricultura, imposibilitando la competencia, nos dicen que no.

A primera vista, parecería que los tratados de libre comercio están solo dentro de la esfera económica; sin embargo, afectan en mayor o menor grado la identidad cultural, el futuro de la agricultura, la propiedad intelectual, la biodiversidad. Los acuerdos se convierten en ley de la República y comprometen, para bien o para mal, la vida de la nación.

También por eso los tratados de libre comercio deben ser discutidos por representantes de todos los estratos económicos y de las diversas corrientes de pensamiento.
“Negociar a espaldas del pueblo, como lo del puerto de Manta, sería contrario a los principios elementales de la democracia participativa... La gente tiene derecho a saber qué se está negociando y en qué va a favorecer a las mayorías empobrecidas”.