En la misa se celebra la muerte y resurrección de Cristo. La forma de expresarse con propiedad al solicitar una misa es: tenga la bondad de celebrar una misa, por ejemplo, por el alma de N.N., o por la salud de N.N., etcétera. Continuando con la Instrucción de la Santa Sede sobre este particular, se afirma que es un derecho de la comunidad de fieles que, sobre todo, en la celebración dominical, haya una música sacra adecuada e idónea, y siempre el altar, los paramentos y los paños sagrados resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza.

Igualmente, todos los fieles tienen derecho a que la celebración de la eucaristía sea preparada diligentemente en todas sus partes para que en ella sea proclamada y explicada con dignidad y eficacia la palabra de Dios. Cese la práctica reprobable de que sacerdotes, o diáconos, o fieles laicos cambien y varíen a su propio arbitrio los textos de la sagrada liturgia que ellos pronuncian.

En la celebración de la misa, la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística están íntimamente unidas entre sí. Por lo tanto, no es lícito separar una de otra, ni celebrar en lugares y tiempos diversos.

No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni, sobre todo, cambiar las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, con otros textos no bíblicos. La lectura evangélica, “que constituye el momento culminante de la liturgia de la palabra”, en las celebraciones de la sagrada liturgia, se reserva al ministro ordenado. Por eso no está permitido a un laico, aunque sea religioso, proclamar la lectura evangélica en la celebración de la santa misa; ni tampoco en otros casos, en los cuales no sea explícitamente permitido por las normas.

La homilía, parte de la misma liturgia, la hará el mismo sacerdote celebrante, o él se la encomendará a un sacerdote concelebrante, o a veces, según las circunstancias, también el diácono, pero nunca a un laico. En casos particulares y por justa causa, también puede predicar la homilía un obispo o un presbítero que esté presente en la celebración, aunque sin estar concelebrando. Esta prohibición también es válida para los alumnos de seminarios, los estudiantes de teología, o para los que recibieron tarea de “asistentes pastorales”.

Sobre todo, se debe cuidar que la homilía se fundamente estrictamente en los misterios de la salvación, exponiendo los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Al predicar la homilía, procúrese iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida. Hágase esto, sin embargo, de tal modo que no se vacíe el sentido auténtico y genuino de la palabra de Dios, por ejemplo, tratando solo de política, o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos seudo-religiosos de nuestra época. El obispo diocesano vigile con atención la homilía, difundiendo normas, orientaciones, ayudas y promoviendo reuniones y otras iniciativas. No se admita un “credo” o profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.