Mientras macabros atentados terroristas zigzaguean el mundo, las políticas de seguridad centran cuantiosos recursos y dedicación en el uso de sofisticada tecnología, refinamiento de las acciones militares de inteligencia, contrainteligencia y operacionales de prevención, reacción y combate, con lo cual se pretende suplantar a la estrategia integral multisectorial para la resolución de los conflictos.

La escalada de ataques terroristas perpetrados en la Asociación Mutual Israelí en Argentina, la del 11 de septiembre en Estados Unidos, la de Beslán en la Federación Rusa, Yakarta y los intermitentes ataques de la subversión iraquí contra los Estados Unidos, Francia e Italia; así como las del conflicto israelí-palestino, a pesar del inmenso impacto que no deja de estremecer al mundo, no distan mucho de la crueldad de guerras pasadas.

Estos ataques, sin embargo, se caracterizan por la disimetría en el uso del poder. No hay necesidad de equilibrar potenciales para combatir, son invisibles por su anonimato, usan tecnología civil con fines militares y no requieren entrenamiento para actuar, ni siquiera liderazgo. Los “dormilones”, pueden actuar bajo estímulo o iniciativa propia en cualquier parte del mundo.

Las causas y argumentos para la acción terrorista sirven por igual para la represalia o para la radicalización de grupos fundamentalistas islámicos, que buscan una nueva organización de la sociedad aplicando estrictamente los preceptos religiosos del Corán.

La motivación político-religiosa se encuentra en el redescubrimiento de sus raíces espirituales alienadas por la modernización occidental y en la creación de un modelo de libertad hacia un Estado islámico, construido por las juventudes universitarias consideradas verdaderos ingenieros del Estado islámico en alianza con las juventudes empobrecidas y una burguesía emergente que no puede lograr el poder político, según analiza Gilles Kepel, y que hacen del Islam un vehículo de la política.

Grupos llevados por la frustración, por la impaciencia, que optan por el uso de la violencia, la destrucción, el suicidio y el martirio como tácticas de gran impacto público espectacular, logrado con el terror que produce la masacre de inocentes.

A estos grupos pertenecen los talibán, formados en un Islam rudimentario, extremista y fanático, que se ha extendido a través de cientos de escuelas “madrazas”; o las “pesantren”, de Indonesia; centros que buscan la radicalización de poblaciones como Afganistán y Pakistán.

Este nexo estructura al eje fundamentalista de Al Qaeda, a Usama ben Laden, al jordano Zarkaoui, al filipino Abu Sayaf, al chechenio Shamil Basayev, para su accionar terrorista y convertir al Yihad de defensa de la fe islámica en una ‘Tawhid Wal Yijad’ o ‘Unificación de la Guerra Santa’.

Frente a esta nueva amenaza del milenio, es imprescindible comprender los orígenes del terrorismo islámico para no generalizar la política distorsionada del Islam y para mejorar la situación en la que viven los países musulmanes, apoyarles en su democratización, con respeto a sus tradiciones, cultura y a los derechos humanos.

La comprensión de esta realidad es la que ha motivado a las representaciones islámicas a que en una forma unánime rechacen el secuestro de los periodistas franceses, cometido para evitar la aplicación de la ley del uso del velo por las mujeres musulmanas en Francia. Pronunciamiento que mereció la felicitación del presidente francés Jacques Chirac, así como por la defensa de los principios de “respeto y tolerancia”, sin los cuales no se puede reeditar una “convivencia pacífica” para la nueva era en la que no existe una lucha de civilizaciones.