Cosas como estas pasan en el País de las Maravillas. En un recinto llamado Barraganete se ha repetido una historia que viene registrándose desde que existen varios Ecuadores. Dos países: el del siglo XXI y el de la edad de piedra. El Ecuador de las ciudades en donde se disfruta de agua potable, servicios higiénicos, luz eléctrica, atención médica y medicinas, y el Ecuador que carece de todo. El Ecuador para cuyos habitantes no existen ni los Derechos Humanos.

Los invito a realizar una comprobación: ¿Cuántas pequeñas poblaciones conoce usted en las que no hay un dispensario médico, un médico, una botica? Y no solo no hay sino que no existen en muchas leguas a la redonda.

¿A quién pueden recurrir, en horas de la noche, los parientes de los enfermos, para que los atiendan en una emergencia? Después de encomendarse a la Divina Providencia, se ven obligados a llevarlos en hombros mediante una camilla improvisada con una hamaca que cuelga de una caña guadua. Adivinando más que recordando los senderos y pequeños caminos, los portadores del enfermo son como procesiones de alta noche y testimonios de la solidaridad y el amor humanos.

Pero muchas veces suele suceder que los dolientes no llegan al destino. Que mueren sin arribar al pueblo o a la ciudad más cercanos, en donde esperaban hallar el médico y las medicinas.

Así acaba de ocurrir en la parroquia manabita Barraganete. Liliana Goya, chiquilla de dieciséis años en avanzado estado de gravidez, presentó complicaciones en su salud y no hubo un galeno a quien recurrir. Desesperados, los parientes, luego de darle las medicinas caseras tradicionales y de aplicarle las pomadas y los emplastos aconsejados por la vieja farmacopea empírica, armaron la camilla portátil. Durante varias horas se metieron en el corazón de la noche. Pero a pesar de la juventud de la muchacha, pudo más la falta de atención médica oportuna.

EL UNIVERSO indica, en la edición correspondiente, que en Barraganete viven aisladas unas veinte mil personas de cuarenta comunidades, quienes para llegar a las poblaciones más cercanas (El Empalme, en Guayas, o Pichincha, en Manabí) deben caminar dos horas, luego viajar en canoa dos horas y después movilizarse en carro otra hora más.

De nada valieron los esfuerzos de los camilleros y parientes para reanimarla. Su caso fue uno más de los fallecimientos que se pudieron evitar, si nuestro país no fuera el fruto de tantas injusticias y contradicciones. Si no se diera simultáneamente la existencia de ciudades agobiadas por el exceso de información proveniente de los deslumbrantes sistemas de comunicación contemporáneos, mientras hay poblaciones que no poseen ni un teléfono público, menos uno privado.

Talvez la causa mayor de que existan injusticias, que suelen convertirse en iniquidades, consiste en el criterio que imponen al mundo las superpotencias que lo manejan. Ellas, en su política neoliberal ubican en primer lugar el desarrollo y auge de la macroeconomía y colocan en segundo o tercer plano la economía del hombre multitud.