Con nuestro dinero el Presidente de la República viaja por todo el país junto a los candidatos de su partido, y cuando se le pregunta si está haciendo proselitismo, responde que no. Nadie hace nada. Talvez por el temor de que el señor se disguste. ¡Sí! Se contraría el Presidente cuando la ciudadanía, que es la que le paga el sueldo y sus recorridos, le cuestiona su conducta. Cuando le preguntamos adónde dirige el país o cuando queremos saber por qué removió a tal funcionario y a qué se debe dicha remoción, su rostro se endurece un poco más de lo normal y acusa a la prensa y a su oposición de conspiradora.

Bien decía mi abuela que el desconocimiento causa temor y el temor, la violencia. El Coronel es militar y dice tener formación académica, estar lleno de buena voluntad y de ganas de servir al pueblo. Pero harto sabemos que eso no es suficiente para administrar la cosa pública. ¿Sabrá el señor Presidente qué significa una política de Estado? ¿Le habrán enseñado en los cuarteles militares qué son los derechos humanos? ¿Tendrá conocimientos básicos de economía y de desarrollo humano? ¿Habrá leído –a conciencia– la Constitución de la República del Ecuador? Quién sabe. En el evento que fuese así, él hace el esfuerzo de demostrar lo contrario.

Un presidente no puede ser noticia porque una ciudadana lo bese en los labios, ni porque se hable del trabajo nulo que, como legislador, hace su hermano; ni por las pretensiones políticas de su cuñado, que de paso también es militar. Menos aún, llegar a ser noticia por sus contradicciones y por sus amenazas constantes a la prensa, ni por andar acusando a todo el mundo de quererlo derrocar, ni por querer entrometerse en las otras funciones del Estado.

Un presidente debe lucirse por sus ideas brillantes y en el caso de que no las tenga, hacer efectiva las de los profesionales; salir al paso de las infracciones de los políticos y hacer respetar la Constitución. Claro está que para el actual presidente este asunto es más complicado porque casi nadie le cree.

Para que podamos creerle tendría primero que demostrarnos que ha cortado el cordón umbilical con la mentalidad castrense, asegurarse de hablar el idioma que esta generación entiende, por haber vivido bajo el gobierno de civiles, que no por eso buenos, pero sí por ello asumir que dirige una patria que no obedece órdenes injustificadas, sino que se trata de un pueblo que libre y voluntariamente se aboca a políticas y a programas de mejoramiento, siempre y cuando se respeten sus derechos civiles y libertades individuales.

Para que le creamos al Presidente, él tiene que creernos cuando, como civiles que somos, le decimos que su conducta no es la adecuada; y si no tiene algún asesor sincero que se lo diga, que por lo menos verifique si en Carondelet están depositados los espejos mentirosos de la madrastra de Blanca Nieves. ¿Será por eso que no puede verse a sí mismo y piensa que le mentimos?