Como en la mayoría de sus obras, he encontrado en las Memorias íntimas, del escritor belga George Simenon (1903-1989), una mistérica dramática  que, como en su narrativa ficcional, no encuentra asesinos ni cómplices sino,  lúgubres testigos.

He llorado al leer la carta de Simenon a su hija muerta. El suicidio de ella no importa para los  lejanos lectores;  trascienden, como siempre, las palabras que, de tan ajenas parecen propias, por lo íntimas, desgarradoras, hondas... ¿imposibles?

Leo también, como compensación inútil, los poemas del libro Narciso, del español Leopoldo María Panero (1948).

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Leer a un mismo tiempo a un narrador inmenso  y a un loco copulador y amnésico que cantaba desde el manicomio, tiene la venganza hermosa de despertarse con la certeza de que solo es literatura.

Galo Mora Witt,  escritor y compositor musical ecuatoriano.