Había bastante odio en Manhattan, pero se encontraba dentro, no afuera, del Madison Square Garden (donde se realizó la Convención del Partido Republicano).

“No sé de dónde saca George Soros el dinero”, dijo un hombre. “No sé de dónde; si proviene del extranjero o de grupos de narcotráfico o de dónde viene”.
Soros, declaró otro: “Quiere gastar 75 millones de dólares para derrotar a Bush porque Soros quiere legalizar la heroína”. Después de todo, manifestó un tercero, Soros “se proclama a sí mismo ateo; era un judío que se las ingenió para sobrevivir al Holocausto”.

La sugerencia de que Soros, quien ha gastado miles de millones de dólares promoviendo la democracia en todo el mundo, recibe dinero de los carteles de la droga provino de Dennis Hastert, el presidente de la Cámara de Representantes, a quien la Constitución pone a dos pasos de la presidencia. Tras atenerse a sus declaraciones durante varios días, Hastert finalmente dijo que estaba hablando sobre cómo Soros gasta su dinero, no de dónde lo saca.

La afirmación de que el gasto en política que hace Soros está motivado por su deseo de legalizar la heroína provino del republicano Newt Gingrich. Y la parte sobre el Holocausto, de Tony Blankley, editor de la página editorial de The Washington Times, que se ha convertido en el órgano de facto del gobierno en la Cámara.

Durante muchos meses, los comentaristas críticos nos han estado advirtiendo sobre los males del odio irracional hacia Bush. Los expertos escanearon la convención demócrata en busca de la enfermedad; algunos inventaron ejemplos cuando no pudieron encontrarla. Después esperaron ansiosamente a que los manifestantes mostraran conductas escandalosas en Nueva York, solo para volver a quedar decepcionados.

Había bastante odio en Manhattan, pero se encontraba dentro, no afuera, del Madison Square Garden (donde se realizó la Convención del Partido Republicano).

Barack Obama, quien había pronunciado el discurso para establecer la tónica de la Convención Demócrata, transmitió un mensaje de exaltación y esperanza. Zell Miller, quien hizo lo propio en la Convención Republicana, declaró que la oposición política es traición: “Ahora, al mismo tiempo que los jóvenes estadounidenses están muriendo en las arenas de Iraq y en las montañas de Afganistán, a nuestro país lo está dividiendo y debilitando la obsesión maniaca de los demócratas de hacer caer a nuestro Comandante en Jefe”. Y la multitud gritó su aprobación.

¿Por qué están tan enojados los republicanos? Una razón es que no tienen nada positivo sobre lo cual extenderse (durante los primeros tres días, mencionaron a Bush con mucha mayor frecuencia que a John Kerry). El auge económico prometido no se ha materializado, Iraq es un atolladero sangriento y Osama ben Laden ha pasado de “vivo o muerto” a ser el innombrable.

Otra razón, estoy seguro, es una conciencia culpable. En cierto nivel, la gente que asistió a la convención sabe que su héroe designado es un hombre que nunca en su vida se arriesgó o hizo un sacrificio por su país, y que están impugnando el patriotismo de hombres que sí lo han hecho.

Ese es el porqué las curitas con corazones púrpura en ellas, ridiculizando las heridas y medallas de guerra de Kerry, han tenido tal éxito entre los convencionistas, y el porqué a los políticos viejos les atrae tejer teorías de conspiraciones sobre Soros.

También es la razón por la que Hastert, quien sabe lo poco que el gobierno de Bush ha hecho para proteger a Nueva York y ayudar a reconstruirla, ha acusado al ayuntamiento de provocar “una escaramuza indecorosa” por dinero en efectivo después del 11 de septiembre. Nada hace que se odie tanto a la gente como saber desde el corazón que uno está equivocado y ella está en lo correcto.

Sin embargo, el vitriolo también refleja el hecho de que muchas de las personas que asistieron a esa Convención, a pesar de todo su patriotismo fanático, odian a Estados Unidos. Quieren una sociedad controlada y monolítica; temen y detestan la libertad, diversidad y complejidad de nuestro país.

Se inauguró la convención con una invocación hecha por Sheri Dew. Al principio, había el rumor de que quien haría la invocación sería Jerry Falwell, quien sugirió poco después del 11 de septiembre que el ataque había sido el castigo de Dios provocado por los activistas de la ACLU (Asociación Estadounidense por las Libertades Civiles) y People for the American Way (Gente por la Forma Estadounidense de Vida), entre otras agrupaciones. Sin embargo, Dew no es más moderada: a principios de este año, ella equiparó la oposición al matrimonio entre los gay con la oposición a Hitler.

El partido se aseguró de colocar a los moderados sociales como Rudy Giuliani frente a las cámaras. Sin embargo, en los actos privados, la historia fue distinta. Por ejemplo, el senador por Kansas, Sam Brownback, le dijo a los republicanos que nos encontramos en una “cultura de la guerra”, y exhortó a que se reduzca la separación entre la Iglesia y el Estado.

Bush, ahora queda claro, tiene la intención de que su campaña se base en el temor. Y para mí, al menos, está funcionando: pensar sobre lo que estas personas harán si solidifican su control sobre el poder hace que me sienta muy, pero muy asustado.

© The New York Times News Service.