Mariyam Taburova y tres de sus compañeras de cuarto salieron del atestado y deprimente apartamento que compartían en Chechenia, el 22 de agosto. Hasta ahora no se sabe de ella, pero de las otras sí.

Amanat Nagayeva y Satsita Dzhbirjaniva se registraron en dos vuelos que partieron del Aeropuerto Internacional de Domededovo, dos días después, y, según funcionarios rusos, detonaron explosivos que derribaron ambos aviones, con saldo de 90 muertos. Una semana después, Roza, una mujer de quien se cree es la hermana de Nageyeva, estalló frente a una estación del tren subterráneo de Moscú, dejando diez muertos.

Las mujeres –según sus vecinos personas decentes que se ganaban la vida como podían en un lugar marcado por una espantosa destrucción y abandono– son sospechosas de estar involucradas en las más mortal oleada de terror que ha sacudido a Rusia. Y mientras se desconoce el paradero de Taburova, el terror podría no haber terminado.

Publicidad

No son las primeras mujeres ligadas al terrorismo desencadenado por la guerra en Chechenia, ni fueron las últimas. Por lo menos dos mujeres, tal vez cuatro, aún no identificadas, estaban entre los atacantes en la toma de la Escuela Media Nº 1, en Beslán.

En Rusia, tales mujeres son conocidas como shajidki, la variable femenina rusa para la palabra árabe que significa “guerreros sagrados que sacrifican sus vidas”.
La prensa las nombra más sensacionalistamente “viudas negras”, mujeres dispuestas a matar y morir para vengar la muerte de padres, esposos, hermanos e hijos en Chechenia.

Pero las circunstancias que condujeron a estas mujeres a realizar ataques suicidas no son sencillas. Su participación, a pesar de la sociedad profundamente patriarcal de Chechenia, o tal vez debido a ella, refleja la radicalización de una guerra que comenzó como una lucha separatista, pero se ha vuelto cada vez más brutal y nihilista (negación de toda creencia o principio político y social), descubriendo profundos cismas que desgarran a Chechenia.

Publicidad

© The New York Times
News Service.