En el estricto esquema ideado por Carlos Vera para su programa ‘El Poder del Voto’, Paco Moncayo se movió como pez dentro del agua. Administró matemáticamente los tiempos disponibles (2 minutos de exposición, uno de réplica) sin perder la coherencia. Su exposición fue, grosso modo, un cuadro sinóptico con ayudas visuales. Documentadísimo, no dejaba de manipular carpetas y daba la impresión de que todo aquello que decía lo tenía escrito en algún lado. Continuamente mostraba imágenes, cuadros, recortes de prensa… Y sacudía papeles en el aire como diciendo “documentos tengo”, muletilla que fue célebre cuando el retorno de la democracia y que él expresaba ahora de manera mucho más sofisticada.

A Rodrigo Paz no le fue tan bien. Tropezó a menudo con el formato del programa y terminó pidiendo tiempo extra. Sus abundantes carpetas permanecieron casi intocadas; si algún documento mostró (su Plan Cuadrante, por ejemplo), dio la sensación de no conocerlo bien. A diferencia de Moncayo, se limitaba a exhibir los papeles pero no se servía de ellos para apoyar sus argumentos. Hojeaba y no hallaba nada. ¿Falta de preparación? ¿Impericia? Quizás, simplemente, un problema de estilo, pues lo suyo no es la sinopsis –esa camisa de fuerza que tan bien le sienta a Moncayo– sino la disertación. Normalmente, Paz discurre, da rodeos, se detiene en detalles, cuenta anécdotas, hace chistes.

El problema es que para todo eso se necesita tiempo. No se puede discurrir en 2 minutos de exposición y uno de réplica. Dos minutos o un minuto son un margen tan estrecho, que el espectador se mantiene en permanente estado de premura frente a las palabras de los candidatos en debate. Si uno de ellos empieza a divagar o pierde el punto se crea una tensión, una cierta sensación de incomodidad en el televidente, pues se sabe que, por ese camino, no alcanzará a terminar lo que quiere decir.

Publicidad

Eso es precisamente lo que ocurrió con Rodrigo Paz en el debate que se transmitió por Ecuavisa el pasado miércoles. Mientras su oponente se aplicaba a la sistemática exposición de los temas macro, él se entretenía con un guión aleatorio y perdía el tiempo con lo que Moncayo calificó, con una certera puñalada, como “minucias”. Contaba, por ejemplo, que un empleado de no sé qué departamento municipal le atribuye mil enfermedades, pero él está más sano que nunca. O comentaba lo que se dijo o se dejó de decir sobre Quito durante Miss Universo. O se preguntaba por qué no existe en la ciudad un monumento a los héroes del Cenepa. Y cuando Carlos Vera hacía su inevitable anuncio (“le quedan 10 segundos”), apresuraba una conclusión a veces deshilvanada y cerraba dejando cabos sueltos.

La falta de tiempo también le impidió echar mano de su más socorrido recurso mediático: el humor. De hecho, el único chiste que le salió en toda la noche fue el que tenía preparado: la repartición de yoyos en el minuto final, uno para el siempre joven Carlos Vera, dos para los nietos de mi General.

¿Paco Moncayo ganó el debate? El espectador promedio respondería diciendo que “estuvo mejor”. Ignoro qué tanto pueda influir el resultado de un debate sobre el voto de la gente. Lo cierto es que a la persona que lo gana suele atribuírsele preparación, dominio de los temas, claridad e inteligencia, cualidades que se asocian con la idea de un buen candidato. Sin embargo, lo único que Moncayo demostró hacer mejor que su antagonista es manejar los tiempos del programa.
De esta cualidad escénica, el espectador extrae más lecciones políticas que del contenido de los discursos.

Publicidad

Que todo lo que pasa por la televisión tenga que revestirse de espectáculo es algo inevitable. Eso incluye también al periodismo. En un caso extremo, la televisión podrá olvidarse de informar, pero nunca dejará de entretener porque esa es la esencia de su negocio. Incluso al informar tendrá que hacerlo de una manera entretenida. Eso no tiene nada de malo: se puede hacer un excelente periodismo espectáculo. Pero cuando, en virtud de ese espectáculo, se termina por crear representaciones equivocadas de la noticia, tenemos un problema.

Un periodista puede hacer cualquier cosa para entretener, menos traicionar los hechos. Por ejemplo, se traiciona los hechos cuando, en aras del espectáculo, se dedica el 30% del tiempo de un noticiario al recuento de crímenes, porque esa no es la proporción real de la inseguridad frente a otros problemas del país que son tanto o más graves y que no merecen demasiado despliegue, como la desnutrición o la deserción escolar.

Publicidad

En el caso del debate Paz-Moncayo, es la rigidez del formato propuesto por Vera la que contribuye a crear representaciones equivocadas. ‘El Poder del Voto’ pretende ser el espectáculo de la equidad. A falta de mejor criterio, esta se administra por cronómetro, inflexiblemente y en márgenes muy estrechos. Pero resulta que la gente no habla en palabras por segundo.

raguilarandrade@yahoo.com