Para inculcarnos la necesidad de estar dispuestos a dejarlo todo para caminar tras Él, hoy Jesús recurre a dos ejemplos de prudencia humana. En el primero muestra a un constructor y en el segundo, a un combatiente.

El constructor calcula antes de construir si tiene plata para rematar la obra; y el combatiente considera si su ejército, inferior al de su antagonista, le puede conducir a la victoria. En ambos casos queda clara la conducta razonable: si no se puede conseguir el objetivo, lo mejor es desistir.

De manera paralela, concluye Jesucristo, para venir en pos de Mí, hay que estar dispuestos a poner unos concretos medios: tener los bienes materiales enseñoreados, los afectos ordenados y tener la voluntad de amar lo que fastidia.

Publicidad

Él lo dice de esta forma: “Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo”; “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo”; “el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Cfr. Lucas 14, 25-33).

Cargar la cruz de cada día, amar lo que me contraría, querer lo que me raspa y me molesta, de entrada me parece un disparate. Pero comprendo que no tengo escapatoria: o me abrazo a mi cruz porque la quiere Dios (y entonces, como el buen ladrón me beneficio de la cruz de Cristo), o me rebelo como el mal ladrón, y vivo y envejezco muerto de las iras.

Mas entonces me pregunto: ¿Cómo puedo amar la cruz si no me gusta nada?
¿Cómo puedo desear lo que detesto? Entonces la memoria me recuerda tantas cosas que me vienen bien aunque me causan de momento malestar: el no comer azúcar, el cansarme caminando, el mostrar mi dentadura al odontólogo, etcétera, etcétera. Y me pregunto al instante: ¿Por qué tengo valor para sufrir cuando se trata de gozar más adelante en este mundo, y no tengo valor para llevar la cruz de cada día? Mi problema es de fe. Por eso debo recordarme lo que me dice la Iglesia cuando canta el Viernes Santo: “Salve, oh cruz, única esperanza”.

Publicidad

Mi problema es de fe y de oración: debo pedirle a Jesús que me otorgue el amor a la cruz cotidiana. Me enseña, me canta.