Existe la probabilidad de que no haya solución al problema de Iraq. No hay forma de producir un régimen estable y seguro. Además, no hay manera de que podamos retirarnos sin sumir al país, a la región, y posiblemente otros sitios, en un desastre incluso más profundo.

“Todos quieren ir a Bagdad; los hombres de verdad quieren ir a Teherán”. Esa era la actitud en Washington hace dos años, cuando Ahmad Chalabi le aseguraba a todos que los iraquíes nos recibirían con flores. En fechas más recientes, algunos de nosotros tuvimos un lema diferente: “Todos se preocupan con respecto a Nayaf; la gente que realmente presta atención se preocupa con respecto a Ramadi”.

Desde la insurrección en abril, la ciudad iraquí de Faluya efectivamente ha sido una pequeña y ofensiva república islámica. ¿Pero qué hay del resto del triángulo sunnita?

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El mes pasado, un informe de Knight and Ridder dejaba entrever que fuerzas de Estados Unidos efectivamente estaban cediendo muchas áreas urbanas a insurgentes. El domingo pasado, el New York Times confirmó que si bien la atención del mundo estaba centrada en Nayaf, el oeste de Iraq cayó firmemente bajo el control de rebeldes. Representantes del gobierno instalado por Estados Unidos han sido intimidados, asesinados o ejecutados.

Otras ciudades, como Samarra, también han caído ante insurgentes. Están proliferando ataques en contra de oleoductos. Y nosotros seguimos actuando de manera ambigua con Muqtada al-Sadr; su ejército mahdi ya abandonó Nayaf, pero sigue controlando Ciudad Sadr, con sus dos millones de habitantes. La revista The Christian Science Monitor informa que “entrevistas en Bagdad dejan entrever que Sadr se está alejando del tenso empate de fuerzas con una creciente base y partidarios que son más militantes que antes”.

Durante largo tiempo, cualquiera que insinuara analogías con Vietnam era ridiculizado. Sin embargo, los optimistas con respecto a Iraq, según mi conteo, ya han declarado la victoria en tres ocasiones. Primero estuvo la Misión Cumplida, seguida por una escalada de la insurgencia. Después estuvo la captura de Saddam, seguida por la sangrienta insurrección de abril. Finalmente, llegó la furtiva transferencia de soberanía formal hacia Ayad Allawi, con irracionales alegatos en cuanto a que eso demostraba progreso, fantasía que estalló por las armas de agosto.

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Ahora, serios analistas de seguridad han empezado a reconocer que el objetivo de un Iraq democrático y pro estadounidense se ha alejado más allá del alcance.
Anthony Cordesman, perteneciente al Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales –quien no es un pacifista– escribe que “existen muy pocas perspectivas para lograr la paz y la estabilidad en Iraq antes de los últimos días del 2005, si es que sucede entonces”.

Cordesman sigue pensando (o pensaba hace pocas semanas) que las probabilidades de tener éxito en Iraq son “cuando menos parejas”, pero al decir éxito él se refiere a la creación de un gobierno que “casi seguramente incluirá más a movimientos baathistas, religiosos de línea dura, así como otros étnicos y sectarios que crean divisiones, de los que le gustaría a Occidente”. Y solo por si acaso, exhorta a Estados Unidos a preparar “un plan de contingencia para el fracaso”.

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Fred Kaplan de Slate es incluso más pesimista. “Es terriblemente sombrío decir esto”, escribió en fecha reciente, “pero existe la probabilidad de que no haya solución al problema de Iraq”: no hay forma de producir “un régimen estable y seguro, ya no digamos democrático. Además, no hay manera de que nosotros sencillamente podamos retirarnos sin sumir al país, a la región, y posiblemente otros sitios en un desastre incluso más profundo”.

El presidente Bush afirma que las complicaciones en Iraq son el resultado de un “catastrófico éxito” no anticipado. Sin embargo, la catástrofe fue pronosticada por muchos expertos. Cordesman afirma que sus advertencias fueron ignoradas porque nosotros tenemos “el más débil e ineficiente Consejo de Seguridad Nacional en la historia de Estados Unidos posterior a la guerra”,  dándole el control a “un pequeño grupo de ideólogos neoconservadores”, quienes “moldearon una guerra sin ninguna comprensión realista o planes para dar forma a la paz”.

Bush, quien efectuó un recorrido en autobús de “ganando la guerra en contra del terrorismo” apenas hace unos cuantos meses, concedió el pasado lunes que “no creo que se pueda ganar” el combate al terrorismo. Con todo, el mandatario estadounidense no ha cambiado al asesor de seguridad nacional, como tampoco ha despedido tan siquiera a uno de los ideólogos que nos metieron en esta situación en la que no se puede ganar. En vez de conceder que él cometió errores, se está quedando con personas que nos conducirán, si obtienen la oportunidad, hasta dos, tres o muchas crisis.

© The New York Times
News Service.

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