A pesar de la ola de terrorismo que azota a Rusia y de la candente campaña presidencial en Estados Unidos, que son hechos de repercusión mundial que no se pueden soslayar, en el Ecuador tenemos que seguir analizando nuestros temas cotidianos que son más cercanos, sin perjuicio de que en otro momento comentemos el panorama internacional.

Pienso a veces que no hay mala fe ni segundas intenciones en el diario accionar del Presidente de la República sino un desconocimiento monumental acerca de la tarea que específicamente le corresponde desempeñar a quien ostenta tan alta magistratura, especialmente cuando confunde la relación que debe existir entre las Fuerzas Armadas y el Primer Mandatario –con prescindencia de si este fue o no militar– o cuando promociona a los candidatos oficiales e interviene en la campaña electoral. Luce como que el Coronel ignora los linderos que separan a una actitud de otra y mezcla el ejercicio de la presidencia con actividades que no son propias del cargo.

No es que el periodista o el ciudadano puedan caer en la ingenuidad de creer que, antes  ningún Presidente ha hecho fuerza para que los candidatos de su partido o de su grupo ganen una elección, pero utilizar recursos del Estado, especialmente medios de transporte para la movilización de gente ligada con labores propagandistas y hacer un abierto proselitismo en aparentes o reales inauguraciones de obras públicas, algunas de las cuales son un atentado a la razón, como, por ejemplo, construir canchas y graderíos deportivos en escuelas o colegios donde las aulas o los servicios sanitarios están en pésimo estado, es otra cosa.

La preocupación que pudiera existir no está dada porque la influencia o el peso político del Coronel pudiera hacer inclinar la balanza a favor de sus candidatos sino que –por los menos– se deben guardar las formas. En lo de fondo, todos los partidos o movimientos que intervienen en la contienda comicial deben estar gustosos de que el Presidente de la República intervenga en la campaña auspiciando al PSP, pues con su popularidad por los suelos y el alto rechazo ciudadano que exhiben las encuestas, el aporte de su figura será más negativa que positiva para las aspiraciones de los postulantes del partido en el poder.

La conclusión es que el Gobierno tiene un enorme desgaste y padece una confusión universal sin un liderazgo claro que abra senderos o señale caminos, pues la bandera de lucha preelectoral del 2002 que fue el combate a la corrupción no solo que no se ha cumplido sino que el flagelo sigue adelante, sin que, por otro lado, nadie se atreva a diseñar políticas de Estado en educación, en petróleo, en salud, en inversiones, en empleo, para no citar más de cinco temas de los que son vitales para el país.

¿Cómo podemos salir de este atolladero sin romper la democracia y sin tener que esperar hasta el 2006 por un nuevo Presidente? Y aunque nos resignáramos a esperar pacientemente, nadie puede garantizar que en la nueva elección presidencial no nos volveremos a equivocar, lo cual es poco menos que una desdicha. Algo debemos hacer, siempre dentro del estado de derecho.