Carlos Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón, fue un hombre mediocre que no heredó el talento de su tío. Probablemente ni siquiera lo recordaríamos si no hubiese sido porque la revolución de 1848 llevó al poder en corto tiempo a casi todos los dirigentes políticos franceses, pero para hundirlos en el pantano del desprestigio, puesto que únicamente supieron ahondar la crisis de su país.
Bonaparte “el pequeño”, como lo llamó Víctor Hugo, los manipuló y de ese modo sacó provecho de su debacle: con su demagógico discurso coqueteó con la izquierda; luego les propinó una patada en el trasero a los revolucionarios y se lanzó en brazos de la derecha; más tarde, cuando los empresarios lo quisieron poner en su lugar, se declaró de nuevo amigo de los sindicatos. Así se mantuvo en el poder, como hábil equilibrista durante casi veinte años.

Los caricaturistas ecuatorianos han encontrado en Lucio Gutiérrez una cantera inagotable: sus constantes rectificaciones y su absoluta impopularidad han puesto en duda su habilidad política. Los analistas predicen ahora que se avecina una derrota electoral para el partido de gobierno y se preguntan por qué el Presidente comete el gravísimo error de involucrarse en la campaña de Sociedad Patriótica.

No deberíamos menospreciar el olfato de Gutiérrez, quien aprendió de los viejos partidos a no medir su éxito en términos de simpatía electoral sino en su capacidad para manejar la maquinaria estatal en provecho propio y de sus amigos y familiares.

Gutiérrez eso lo tiene garantizado los próximos dos años al menos, disfrutando del precio más alto del petróleo en dos décadas, y sin riesgo por ahora de que nadie lo tumbe. Si concluye su mandato en enero del 2007 será el primer presidente ecuatoriano que alcance ese logro en una década.

Esto no se deberá, insisto, a su estatura intelectual sino a su olfato para decidir en cada momento con quién aliarse y a quién hacer a un lado. Comenzó como el hombre de confianza de los generales, se transformó en el gran líder de los indígenas alzados, pactó con el Partido Social Cristiano y ahora coquetea con el PRE.

En cada momento, sus aliados de turno creyeron que lo estaban utilizando, y en parte era verdad. Pero Gutiérrez también los utilizó, y al cabo de esos zigzags es él quien más salió ganando. Sus aliados obtuvieron ventajas, pero el Presidente los desalojó luego impunemente de todas sus posiciones. Los dirigentes del PRE creen que tendrán mejor suerte: lo dudo, Gutiérrez los utilizará por un tiempo y luego hará lo mismo que con la Conaie o el PSC.

Y es que si el Presidente es el campeón de las metidas de pata, los patriarcas de la componenda ecuatoriana nos volvieron a demostrar en este año y medio que no tienen nada mejor que ofrecernos. En las próximas elecciones quizás algunos de sus candidatos alcancen una altísima votación, pero ninguno de ellos tiene, por el momento, opciones visibles para llegar al poder. La tendencia a la regionalización y a la cantonización de los viejos partidos se sigue profundizando y ya parece irreversible.

Por eso al Presidente no le importa recorrer el país para presionar el voto a favor de su partido. Cuatro o cinco alcaldes o prefectos cuentan muchísimo en Ecuador, donde no se gobierna con la voluntad popular sino manipulando las instituciones del Estado. Y si el precio es compartir el fracaso de Sociedad Patriótica, eso no importa, puesto que todos sus demás rivales están por ahora anulados como alternativa de gobierno.