El autor ecuatoriano radicado en México alista una novela que se desarrolla en tres escenarios: México, España y Ecuador. El título  que tiene hasta ahora para ella es Los escombros.

Vladimiro Rivas (Latacunga, 1944) ya encontró nombre para su nueva novela: se llamará Los escombros. Si al final, cuando concluya su redacción, el azar no le propone otra cosa.  Rivas reside en México desde la década de los 70 y ha caminado constantemente por una doble vertiente: su escritura, y la escritura de los otros. La creación y la crítica. Y resulta difícil establecer un límite preciso entre las dos, porque este autor ecuatoriano deja filtrar en su obra todo el sentido crítico que aplica en el ensayo.

Su última novela se tituló La caída y la noche. Ahora será Los escombros. Hay un fracaso contemporáneo que circula por las dos. Sin embargo, Vladimiro Rivas establece una diferencia: La caída y la noche era un drama individual; Los escombros es, en palabras de Rivas, “el fracaso en la lucha, la reivindicación de la ausencia del éxito, en fin, una novela de fracasados”.

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Cuenta que la trama se desarrolla en tres escenarios: Ecuador, México y España.
En México se evoca la ciudad de Querétaro. En España, Barcelona. Y en nuestro país, en un lugar con nombre propio, Quinindé, ocurrirá la frustrada construcción de una estructura con desechos de la industria del petróleo.

“Se trata de gente que trabaja con escombros. En momentos de crisis –dice el autor– los escombros son un modo de vida. Es una novela gótica, en escenarios góticos. Quinindé es un gótico silvestre. Un poco en la línea de la escritura de Álvaro Mutis y los proyectos insólitos de sus personajes”.

A La caída y la noche, le antecedieron una novela corta –El legado del Tigre (1997)– y cuatro libros de relatos: El demiurgo (1968), Historia del cuento desconocido (1974), Los bienes (1981) y Vivir del cuento (1993).

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Hasta El legado del Tigre, la memoria era protagonista constante de la obra de Rivas. A partir de allí viene un giro en La caída y la noche y en la nueva novela que prepara. Talvez, estamos frente a una reflexión más intensa sobre el presente, sobre un presente individual primero, y en cierta forma colectivo, social, más tarde. Pero esperemos, Los escombros todavía está madurando... seguramente saldrá en una coedición México-Ecuador.

Mientras tanto, Vladimiro Rivas ha continuado con el ensayo. Después de Desciframientos y complicidades (1991), vino Mundo tatuado (2003). Este momento, cuenta el escritor, trabaja precisamente sobre poetas mexicanos como Eduardo Lizalde, o ecuatorianos.

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Prepara un libro sobre la poesía de César Dávila Andrade, cuya Catedral salvaje necesita, según Rivas, mayor detenimiento por su condición de difícil abordaje, un texto en el que “Dávila Andrade, a diferencia de Neruda, es un visionario, faceta en la que me quiero detener”.

En Mundo tatuado, Rivas subraya el hermetismo de la poesía de Dávila como un camino para superar lo regional que, en otros casos de escritores de América Latina, se obtuvo a través de la literatura fantástica.

En el ensayo, Rivas pasa sin complejos de Pablo Palacio a Herman Broch o Joseph Conrad, sin colocar al autor ecuatoriano, en un escenario particular, como si tuviese vergüenza o tolerancia frente a los autores nacionales. No. Rivas los aborda con el mismo rigor. Al tiempo que puede reconocer las costuras en la literatura de nuestro país.

“Me parece que la ecuatoriana es una obra poco competitiva, aunque no me gusta este término. Frente a la narrativa española o colombiana, encuentro que la nuestra es poco audaz, poco propositiva no solo en el terreno estético sino también ético. Se puede afirmar que los escritores de la generación de 1930 fueron muy propositivos, pero debieron compartir el escenario con figuras de la talla de Rómulo Gallegos, Ciro Alegría o Ricardo Güiraldes”, comenta Rivas.

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Para el autor “se trata de la vieja historia del país pequeño, la conciencia y el complejo de inferioridad del país pequeño... La literatura no es solamente el texto, sino también la percepción de los lectores. Y en ese sentido me pregunto ¿qué ocurriría con la obra de autores nuestros como Abdón Ubidia o Jorge Velasco en México, por ejemplo?”

Si hablamos del cuento ecuatoriano, Rivas encuentra una nueva limitación: “La persistencia del coloquialismo, sin eco fuera del país, el coloquialismo que limitó la difusión de los escritores de 1930. Los excesos de coloquialismo que continúan en ciertos cuentos de varios de nuestros autores. Aquello de ser fieles al habla casi dialectal es algo ya superado, por ejemplo, en América Latina”.

Sin embargo, Rivas encuentra que este momento hay un auge editorial, de escritores, de lectores, pero a las limitaciones señaladas, se suman problemas de distribución editorial que perjudican al conocimiento de las obras.  Mientras tanto, en su maleta se llevará a México las últimas novelas de Abdón Ubidia y Jorge Velasco Mackenzie.