La implacable sujeción colonial, la exacción, la marginación de los criollos, sembraron sentimientos de libertad. El 10 de Agosto de 1809, líderes como Morales, Quiroga, Riofrío y el bajo clero decidieron actuar. Pero, limitados por su condición social, y comprometidos con un medio extraño: la aristocracia quiteña y el alto clero, fueron víctimas de una traición evidenciada en el Acta de Independencia: “Los antedichos individuos (…) compondrán una Junta Suprema que gobernará interinamente a nombre y como representante de nuestro legítimo soberano, el Sr. Don Fernando Séptimo, y mientras su Majestad recupere la Península o viniere a imperar en América”. Su confiada entrega les impidió sospechar que, el 2 de agosto de 1810, los haría los únicos asesinados.

Para confirmar la traición, repárese en lo siguiente: “los hombres de agosto eran sinceramente monárquicos, salvo algunas excepciones (…) su propósito no era el de sacudir la autoridad de la Corona española, sino tan solo la de los gobernantes locales” (Carlos Landázuri). Los nobles “una vez instalados en el mando, no solamente suprimieron las contribuciones de los blancos, manteniendo las de los indios, sino que hicieron desaparecer la constancia de sus cuantiosas deudas que habían contraído con la Corona para comprar tierras” (Enrique Ayala).

Jorge Núñez afirma que: “Nuestra historia oficial de la Independencia tiene varias deficiencias fundamentales:

“1) Considera la Independencia un hecho puramente local, latinoamericano, ignorando la decisiva actuación de las potencias extranjeras.

“2) Confunde arbitrariamente periodos disímiles, como el fidelismo colonial de los años 1809 a 1812 y la guerra de Independencia.

“3) Presupone la existencia de una increíble integración nacional ya en los comienzos del siglo XIX.

“4) Y oculta deliberadamente todos los hechos que no encajan en su visión mítica del proceso emancipador, por ejemplo, los métodos de reclutamiento militar o la resistencia de ciertos pueblos a la Emancipación planteada”.

Pese a esto, un gurú de la historia dijo: “Cuenca rechazó el movimiento y Guayaquil expresó su lealtad a la Corona española, que premió su adhesión con un título de nobleza y lealtad que con razón se ha preferido silenciar”.

Como esto no admite mayor análisis, seré puntual:

a) Cuenca y Guayaquil no dieron respaldo al hecho porque no buscaba la independencia.

b) Se negaron a destruir sus prósperas economías y seguridad para sumarse a una aventura de resultados inciertos, pues ni Bolívar ni San Martín estaban en América, y el poder militar colonial era aplastante y se hallaba intacto.

c) Si esta previsión provocó un reconocimiento público, enhorabuena.

d) En cambio Cuenca y Guayaquil, para romper definitivamente con el coloniaje y alcanzar su independencia, estuvieron juntas. Y finalmente, unidas por sus afanes libertarios, con hombres y fortuna, cosa que otros no hicieron (léase a Bolívar), decidieron el triunfo de Pichincha, y en el Perú, los de Junín y Ayacucho.

Pese a las cada vez más sonadas conmemoraciones y su cantilena para satisfacer egos, es imposible maquillar los hechos para convertirlos en verdad histórica. Desde hace más de un siglo, el país clama por la revisión de esta mitomanía, que solo conduce a opiniones interesadas que ahondan más las ya profundas diferencias entre nosotros los ecuatorianos.