Ver los Juegos Olímpicos por televisión, lo que se dice verlos, es un privilegio de noctámbulos. En horarios regulares solo hay apretadísimos resúmenes que pasan rápida revista a las competiciones y ofrecen, básicamente, la información que cabe en una ficha. Con esto y unas pocas imágenes, cada disciplina se baraja tan rápidamente que no hay tiempo ni para ver el medallero, porque los canales lo quitan ni bien aparece en la pantalla. Eso no es ver las Olimpiadas.

En la madrugada, algunos canales se conectan con las transmisiones “en vivo” de la OTI. A las 4 de la mañana usted puede encontrarse con un partido empezado de polo acuático.
Tardará un buen rato en enterarse quiénes juegan, y un buen rato más en saber si se disputan clasificación o medallas, porque lo que ofrece la TV a esa hora es material casi en bruto, con sonido ambiental y esporádicas intervenciones de un periodista que proporciona, él también, la ficha básica. Los resúmenes de la OTI, que se retransmiten al filo de la medianoche, son igual de escuetos que las transmisiones “en vivo”; ambas tienen el mérito de que mostrar el desarrollo de las competencias y no solo un collage de momentos estelares.

Hace cuatro años, también los juegos de Sydney fueron un festival de imágenes con sonido ambiental para noctámbulos. La culpa no es de los husos horarios, sino de la desidia. Todos los días, los canales reciben toneladas de fantástico material televisivo y no se les ocurre hacer nada con eso. Ni siquiera resúmenes semanales con qué llenar las tediosas, insoportables horas muertas de la programación de sábados y domingos. Nada. Solo un ajustado resumen diario con lectura de cable, para el que no se necesita planificación editorial, agenda de temas o seguimiento informativo. Eso, y conectarse a la antena por la madrugada. ¿Quién cubre las Olimpiadas para la TV nacional? Nadie.