Ciertas autoridades nacionales están felices por la dependencia energética del Ecuador de Colombia, y próximamente del Perú. Es más, parecería que con el correr del tiempo esa dependencia va a ser mucho más profunda. Ha causado satisfacción y alegría que muy pronto se instalará la tercera línea de transmisión con el vecino del Norte, con el objeto de dar mayor estabilidad al fluido eléctrico y evitar apagones como el ocurrido hace poco. Se nos ha dicho que los ecuatorianos debemos estar contentos, pues, con la energía colombiana nos hemos ahorrado en la importación de diésel para nuestras ineficientes generadoras. Increíble, pero cierto.

Hace unos diez años nadie en Colombia pudo haberse imaginado lo que hoy sucede: exportar electricidad al Ecuador. Era impensable. Por aquellos años el sector eléctrico colombiano pasaba por una enorme crisis. El país tuvo que racionar su consumo. Bogotá soportaba horas sin electricidad. Su industria comenzó a verse amenazada seriamente. Nuestro vecino del Norte resolvió encarar el problema: se impulsaron cambios importantes en el marco regulador, institucional y jurídico con incidencia en el sistema eléctrico. El Estado se esmeró en promover una masiva inversión en el negocio de la generación: seguridad jurídica, precios razonables, seriedad en las contrataciones, etcétera. El resultado está a la vista. A la vuelta de una década, Colombia ahora se da el lujo de exportarnos su electricidad, y –como no podría ser de otra manera– lo hace obteniendo grandes ingresos: más de 150 millones de dólares el año pasado.

En el Ecuador no sucedió lo mismo. A pesar de haber “arrancado” con una crisis energética similar, y que ella explotó casi al mismo tiempo, las dos naciones siguieron rumbos diferentes. En los últimos diez años nuestra dirigencia simplemente se dedicó a hacer demagogia sobre este asunto y rasgarse las vestiduras en defensa del pueblo.
La nueva legislación simplemente no sirve, pues la mayoría de los encargados de aplicarla no cree en ella, ni en ninguna que busque la modernización del sector. Desde 1991 hasta la fecha las autoridades de turno repiten lo mismo y lo mismo: “este es un problema que lo hemos heredado”.

Por una década el fantasma de los apagones es lo único que les ha preocupado. Y es lógico. Lo absurdo, sin embargo, es que las soluciones parches que se implementan para evitarlos (importar más diésel, traer una barcaza, comprarle a Colombia, etcétera) se convierten en la única respuesta a un problema estructural. Aparte del enorme costo que significan.

Lo paradójico es que ahora se avizora otra “solución” a nuestro cada vez mayor déficit energético: importar energía desde el Perú. Enormes yacimientos de gas cerca de nuestra frontera han abierto esa oportunidad. Bien por el Perú. Su política e infraestructura energética están dando frutos, luego de la destrucción causada por Sendero Luminoso.

Lo incomprensible es que el Ecuador tiene un potencial energético igual si no superior al de sus vecinos, incluyendo las reservas de gas. Y, a pesar de esto, estamos en camino de depender completamente de ellos.