No es cosa nueva que los políticos no tengan buena imagen. Pues de todos, justa e injustamente, se dicen cosas que eventualmente determinarán el número de votos que buscan para llegar al poder.

Tampoco es novedoso que por ello busquen a gente de pantalla de televisión. Guapos y guapas, bien vestidos –con poca o mucha ropa– y con harto maquillaje, han sido quienes permanentemente en nuestras pantallas nos dicen cosas, nos leen noticias y de vez en cuando nos hacen reír.

Ahora salen de la pantalla y se suben a plataformas políticas a pedir votos, tal vez llenos de buenas intenciones y de ganas por servir a esa gente que en la calle se les acerca y los saluda con admiración; o tal vez con ganas de tomar revancha por esos viejos políticos que amenazaron a la prensa o fueron los autores de los robos de fondos públicos.

Y hasta ahí la cosa puede verse noble. Porque pudiéramos pensar que teniendo fama ya tienen más de la mitad del aplauso nacional y con ello las herramientas para el futuro que nos merecemos. Pero no. Porque así como la fama constituye el patrimonio primordial de los artistas y de quienes viven del negocio del espectáculo, la formación académica y el conocimiento del manejo de la cosa pública constituyen la base para administrar el país.

Todos somos responsables de que en la política nacional lleguemos al punto de romper la pecera vidriosa de la pantalla y tomar a los pececitos más llamativos para depositar en ellos nuestra esperanza. Todos seremos responsables del mañana, si ahora votamos por gente que no sabe de política, economía ni derecho. Todos seremos responsables si al poder sigue llegando gente, bienintencionada en el mejor de los casos, pero que solo se ha formado en el arte de actuación, de sonreír cuando le dicen “al aire” y en el manejo de la palabra en tiempos predeterminados.

Este país, nuestro y de nadie más, se merece lo mejor que tenemos. Debemos de tomarnos el tiempo de buscarlos y habrá que empezar la rebusca antes de que se acabe el hilo de fe en el que nos sostenemos. Y en esa tarea, la sociedad civil debe de dar el primer paso. Hay que esforzarse para ser ciudadanos, para formar parte de la democracia y elegir con sabiduría.

Liberarnos de la vagancia participativa que nos impide reclamar a los candidatos que actualmente pelean por sus puestos, que retiren las propagandas en carteles, que anuncian “fulano construye” u “otra obra de perencejo” y obligarlos a responder por la cantidad exacta de los impuestos que pagamos. Exigirle al Presidente que deje de hacer proselitismo y que le diga a sus amigos militares que regresen a los cuarteles, en donde ni sobre derechos humanos aprenden. Protestar firme y pacíficamente para que la televisión deje de ser una pantalla mostradora de cadáveres y la incubadora de gente que, utilizada por quienes no pueden reconquistar el liderazgo, se niega a aceptar su fracaso. Tal vez así empecemos a ser ciudadanos.