Resulta aterrador pensar que la credibilidad de nuestra democracia –una democracia generada a través del valor y sacrificio de muchos hombres y mujeres valientes– esté en peligro.

Todos lo saben, pero no muchos políticos o periodistas de la corriente prevaleciente están dispuestos a hablar al respecto, por temor a dar la impresión de que son teóricos de las conspiraciones: existen probabilidades sustanciales de que los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, a efectuarse en noviembre del 2004, sean sospechosos.

Cuando digo que el resultado será sospechoso, no me refiero a que las elecciones puedan ser robadas. (Quizás no lo sepamos nunca). Me refiero a que podría existir suficiente incertidumbre con respecto a la honestidad en el conteo de votos como para que buena parte del mundo y muchos norteamericanos alberguen serias dudas.

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¿Cómo podrían resultar sospechosos los comicios? Bien, para tomar una sola de varias posibilidades, supongamos que Florida –donde recientes sondeos de opinión le dan a John Kerry la delantera– vuelve a definir los comicios en favor de George W. Bush.

Buena parte de los sufragios de Florida será contabilizada por máquinas electrónicas de votación, las cuales no dejan rastro en papel. Expertos independientes en informática que han examinado el código de programación de algunas de estos aparatos se muestran consternados ante las fallas de seguridad. Así que existirán dudas razonables con respecto a si los votos de la Florida son o no contabilizados de manera apropiada, y no habrá boletas de papel para recontarlas. La opinión pública tendrá que aceptar el resultado con base en la fe.

La conducta de los funcionarios del gobernador Jeb Bush con respecto a otros asuntos relacionados con las elecciones no ofrece justificación para albergar confianza. En primer lugar estuvo el asunto de la lista de criminales. La ley de Florida niega el voto a criminales convictos. Pero, en el 2000, mucha gente inocente, entre la cual había muchos negros, no pudo votar debido a que fueron incluidos erróneamente en una lista de delincuentes; estas erróneas exclusiones pudieran haber puesto al hermano del gobernador Bush en la Casa Blanca.

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Este año la Florida trazó de nuevo una nómina de criminales y trató de mantenerla en secreto. Cuando un juez obligó a que se divulgara dicha lista, resultó que una vez más esta había desposeído (del voto) equivocadamente a muchas personas –nuevamente de origen afronorteamericano en su mayoría– al tiempo que casi no incluyó a hispanos.

El lunes, mi colega Bob Herbert informó sobre otra iniciativa de Florida altamente sospechosa: oficiales de la policía estatal se han presentado en los hogares de ancianos electores del segmento negro –incluyendo a personas que participan en operaciones dirigidas a promover que los electores vayan votar– y los interrogaron como parte de lo que, según afirma la entidad, es una investigación por fraude. No obstante, el Estado ha suministrado muy poca información con respecto a la investigación, y como destaca Herbert, esto da la impresión de ser un abierto intento de intimidar a los votantes.

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Dado ese patrón, habrá escepticismo si las máquinas de votación de Florida le dan al presidente Bush una victoria inesperada que no sea verificable.

El Congreso de Estados Unidos debería haber actuado hace largo tiempo para poner las siguientes elecciones por encima de cualquier sospecha, requiriendo para ese fin registros impresos de los sufragios. Una legislación se atascó en un comité y pudiera ya ser demasiado tarde para cambiar el equipamiento físico. No obstante, es de importancia crucial que estas elecciones sean creíbles. ¿Qué se puede hacer?

Algunos activistas electorales han exhortado a llevar a cabo un esfuerzo de último momento en favor de sondeos de salida de urna, de manera paralela, aunque independiente, a las encuestas por parte de grupos de comunicación masiva (cuya operación combinada sufrió un sobrecalentamiento durante el inesperado triunfo republicano en las elecciones del 2002).
Eso suena como una muy buena idea.

De conducirse encuestas de salida de urna de manera intensiva se serviría a tres objetivos. Funcionaría como un disuasivo para cualquiera que contemple un fraude electoral. Si todo saliera bien, esa medida ayudaría a validar los resultados y silenciar a los escépticos. Y también proporcionaría una advertencia temprana si se llegara a producir una manipulación electoral, quizás con suficiente antelación para buscar una forma de arreglarla.

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Resulta aterrador pensar que la credibilidad de nuestra democracia –una democracia generada a través del valor y sacrificio de muchos hombres y mujeres valientes– esté en peligro. Es en verdad aterrador, asimismo, que muchos prefieran no pensar en ello. No obstante, cerrar nuestros ojos no hará que la amenaza desaparezca. Por el contrario, la negación tan solo incrementará las probabilidades de tener unas elecciones desastrosamente sospechosas.