El 9 de agosto tomé en la terminal terrestre la unidad Nº 20 de transporte, que partió aproximadamente a las 18h45 a Salinas. El bus recorrió lentamente para que abordaran más pasajeros a lo largo de su ruta por la avenida de las Américas, Garzota, avenida Juan Tanca Marengo.

Se detuvo varios minutos al pie del colegio Americano, donde dos jóvenes vestidos como obreros se embarcaron, uno de ellos con un saquillo, y me llamaron la atención porque el oficial del bus los detuvo a lo que se subían, creyéndolos vendedores de la zona (al final del asalto que luego sufrimos, algunos pasajeros, el chofer y el oficial, cayeron en cuenta que aquellos fueron parte del grupo de delincuentes).

Luego de que el bus siguió y tomó la vía Perimetral, unos delincuentes se levantaron de sus asientos y su líder, un tipo bien vestido, con revólver en mano, apuntó al chofer y golpeó al oficial tirándolo al piso, lanzando insultos y amenazas a todo el mundo.

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Acto seguido se colocó junto a mí uno de los cómplices y procedió a desvalijarnos a los pasajeros delanteros, y el resto de secuaces se distribuyó a lo largo del pasillo realizando sus fechorías; en unos casos, golpeando hasta hacer sangrar a los pasajeros.

A lo largo de esos minutos no vimos a ningún vehículo de la Policía o de Más Seguridad  que nos auxiliara. El chofer fue obligado a conducir rápido sin detenerse y con las luces apagadas por un buen trecho.

Creo que a la altura de los puentes de la Trinitaria, luego de hacernos tirar al piso, y bajo amenazas, procedieron a bajarse “al andar”. El chofer siguió conduciendo y luego de un tramo el oficial nos hizo levantar. A continuación, drama hubo en el bus: damas histéricas, personas heridas, y sin poder comunicarnos ya que todos los celulares fueron arrebatados y el micrófono de la radio del bus cortado.

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El miedo a ser seguidos impidió que el bus se detuviera para pedir auxilio. Por fin, a la altura de la avenida Francisco Segura,  el conductor se detuvo ante una farmacia, para que los pasajeros llamaran a sus familiares por teléfono y dar auxilio a los heridos.

Eran las 20h30 y el bus retomó su marcha para dirigirse a la terminal terrestre porque tenía dañada la radio, pero por insistencia de la mayoría de los pasajeros que querían llegar a su destino, el chofer continuó el viaje a la Península de Santa Elena. Pocos fuimos los que nos bajamos del bus.

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Me dirigí a mi domicilio y llamé por teléfono al 911 pero nunca me contestaron, por lo que llamé al 101 y un oficial me atendió explicándome que el único sitio para hacer una denuncia son las oficinas de la Policía Judicial, en la avenida Portete (adonde evidentemente yo no iría a esas horas), o que también podría hacerlo en una comisaría de turno, y me dio a entender que en ese sitio mi denuncia dormiría el sueño de los justos.

Decepciona que en una ciudad tan grande no haya  delegaciones donde se pueda pedir ayuda policial, ni entablar denuncias con seguridad, a cualquier hora del día.

El grueso de los delincuentes ya iba embarcado en el transporte desde la terminal terrestre, ya que es fácil subir a cualquier bus en las plataformas, solamente pagando los 10 centavos del torniquete; pues nadie de las compañías de transporte ni los guardias de seguridad confirman que las personas que se embarcan tengan su pasaje comprado.

Tampoco hay revisión personal, ni de equipaje, a fin de detectar algún arma. Otro grave asunto es la toma de pasajeros en la vía, a veces ante la vista de vigilantes de tránsito, lo que vuelve más inseguro cualquier viaje en bus por carreteras, donde fácilmente pueden embarcarse delincuentes.

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La terminal terrestre junto con las autoridades deben  buscar soluciones rápidas para prevenir el accionar de la delincuencia en la transportación pública.

Miguel Garzón Fierro
Guayaquil