Lucio Gutiérrez malentiende el profundo vacío que vive la política.

Presupone, tal vez, que ese vacío es la condición propia de la política. Que en él hay que sustentarse, aunque el intento de sostenerse en el vacío signifique confiar nada más que en el azar, o en las coyunturas que las divergencias o las dubitaciones de los partidos vayan generando en el camino.

Sin proyecto político alguno, sin programa de gobierno alguno.

¿Cómo se expresa ese vacío? En primer término, en la ausencia del más mínimo consenso o de propuesta de reconversión de la democracia, desde el Parlamento o los partidos. Cada agrupación política establece, frente al régimen, su escenario particular constantemente dubitativo, cambiante.

El socialcristianismo, que aparecía sosteniendo a Gutiérrez, hoy apenas si se manifiesta a través de los gestos de Febres-Cordero por mantener su vigencia: la confrontación con Renán Borbúa o con Napoleón Villa, las denuncias con las que llega de tiempo en tiempo al Parlamento. El resto es silencio, en espera de que alguna coyuntura ocurra, o que pasen las elecciones de octubre.

La Izquierda Democrática apostó todo a un fallido intento de echar abajo a Gutiérrez, y acabó desfigurándose a sí misma en medio de la desmesura con que desgastó la oposición.

¿Y el PRE? Vuelve a poner en circulación la fantasía del retorno de Abdalá como en vísperas de cada proceso electoral, por si acaso algo cuaje un día o sea útil para apuntalar a sus candidatos.

El Prian en constante movimiento, sin fijar posición alguna, sin rostro alguno, como no sea el de Álvaro Noboa.

Y ahí está, el Presidente, sustentado en el vacío, haciéndole fintas cotidianas al azar, construyendo versiones equívocas de cada decisión presidencial (las últimas: la naturaleza de sus giras provinciales para sostener la orfandad de Sociedad Patriótica, sus pronunciamientos ambiguos sobre el retorno de Bucaram, una supuesta oxigenación del régimen), para que sus ministros se vean envueltos en los equívocos y prolonguen el tiempo del Gobierno mientras intentan esclarecer lo definitivamente oscuro.

Y cuando algún escándalo comienza a tomar cuerpo, ya sea en Pacifictel, en el Ministerio de Bienestar Social bajo los “Patricios”, o en el Banco del Estado, el Presidente deja que las circunstancias decidan la suerte de sus funcionarios.

Parece que ya ha pasado el tiempo como para que interpretemos las contradicciones o incertidumbres presidenciales como gajes del aprendizaje. No. Gutiérrez reina en esa ambigüedad. La ambigüedad lo sostiene, curiosamente.

Después de veinticinco años de una democracia cuestionada, al fin los partidos políticos encontraron en Gutiérrez a alguien que reúna en carne viva los vicios de unos y otros: la inconsistencia y veleidad de los pactos políticos; la práctica de apagar los fuegos de un escándalo con otro escándalo; el gobierno de los clanes familiares; la improvisación de las estructuras partidistas regionales y provinciales; la ausencia de proyectos políticos, la incertidumbre, la ambigüedad, la viscosidad en el ejercicio del poder; la práctica de comprar las lealtades populares o dividir a los movimientos sociales.

Mientras tanto, el azar irá definiendo la estabilidad del Gobierno.