A las cuatro de la mañana, Hugo Chávez proclama su triunfo desde un balcón en el Palacio de Miraflores. Al iniciar su discurso, apacigua a las masas que lo aclaman, diciéndoles:
“Estamos en la televisión privada y en la CNN”. Se hace la calma.

Minutos después, cuando el vocero de la opositora Coordinadora Democrática, Henry Ramos, denuncia un “gigantesco fraude” en el plebiscito revocatorio, los canales de la televisión privada ya tienen definida su posición. Así lo dan a entender las preguntas de sus periodistas, que CNN transmite “en vivo” para los noctámbulos.

“¿Cuál será la petición para ese pueblo que nuevamente ve burladas sus aspiraciones?”, pregunta una reportera. “¿Cuál es el llamado?”, insiste otro, atropelladamente. Ramos trata de posponer decisiones: “Quizás mañana mismo podremos anunciar otras medidas”, dice, pero un tercer periodista le interrumpe con un casi desesperado “¡hoy mismo!”. Como que todos quieren escuchar una convocatoria a la movilización antichavista, y ninguno sabe (o le interesa) disimularlo: la beligerancia es abierta.

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Ahora bien: la TV es protagonista, pero no es noticia. No en la TV. En la información sobre el plebiscito revocatorio de este fin de semana en Venezuela, faltó cubrir los movimientos de ese actor fundamental. Ningún servicio de noticias pareció interesarse por el valor informativo intrínseco que tenía el hecho de que los canales manejaran la hipótesis del fraude y llamaran a la oposición a salir a las calles durante todo el lunes. Incluso se encubrió este hecho con raras carambolas conceptuales, como la del enviado especial de Teleamazonas, Fredy Paredes: “No sé si los medios tomaron partido pero, en todo caso, están alineados”.

Por más que influya decisivamente en el curso de los acontecimientos, la televisión se resiste a considerarse a sí misma como noticiable. Y se pierde buena parte de lo que pasa.