Vivir en democracia es tarea de todos; todos hemos de recorrer el proceso de su maduración. En las campañas electorales se refleja la conducta ordinaria, educadora o deseducadora, de dirigentes y simples ciudadanos. Las campañas electorales son también un momento privilegiado para educar o deseducar a la convivencia democrática.

Esta educación exige que conozcamos y aceptemos:  -Quiénes somos y a dónde vamos. -La realidad cantonal, provincial y nacional y, en esta realidad, la distribución de cargas y beneficios. -Lo que cada uno de nosotros podemos y debemos hacer.

Los candidatos ideales, los que quieren servir y no servirse de la sociedad a la que se presentan, tienen dos tareas principales: una, la de facilitar que el conocimiento de la realidad llegue al mayor número posible de ciudadanos; otra, la de comprometerse a realizar un proyecto de servicio adaptado a la realidad, proyecto garantizado con su conducta. Los que ejercen la noble tarea de la política educan o deseducan con su ejemplo en los valores de la democracia.
Señalo algunos:

-Continuación de las obras iniciadas; pues, estas son de los ciudadanos y no de candidato alguno. -Verdad, que obliga a ofrecer solo lo que se cumplirá. -Equidad en la distribución de cargas y beneficios. -Búsqueda del bien ciudadano, de acuerdo a prioridad de necesidades: tengo en la retina una obra, por la que se han hecho numerosos contratos y no termina de acabar después de más de 16 años. -Fiscalización libre y honesta de la bondad de la obra realizada.

El desgaste de la democracia se debe, también, a los rasgos negativos de la generalidad de las campañas electorales: -Algunos candidatos, con gastos inmensos que el pueblo pagará, invierten dinero en desvergonzada compra de una candidatura. -Difunden no su programa, sino su fotografía. -Presentan como regalo suyo y sellan con su nombre obras hechas con el dinero de los ciudadanos.
-Reemplazan la información y reflexión por eslóganes. -Más que informar, halagan a los ciudadanos. Los malos candidatos rehúyen hacer pensar a los ciudadanos.

Algunos ciudadanos votan sin reflexionar; es decir, confunden votar con botar una papeleta en la urna; otros no votan; otros venden el voto.

La democracia madurará si disminuye el número de compradores de candidaturas y votos, si crece el número de los que no confunden votar con botar una papeleta en la urna; si votando, eligen y aceptan la responsabilidad de su elección. El voto debe ser elección; es decir, fruto del conocimiento de lo que los cantones y provincias más necesitan, de lo que es posible realizar hoy y aquí, con los recursos nacionales equitativamente distribuidos y con los que se pueden crear con esfuerzo interno adicional. La elección exige conocer las cualidades y defectos de los candidatos, su conducta, el origen de su fortuna, la factibilidad e importancia de sus proyectos. Por ejemplo, para candidato y elector la canalización, que no se ve, debe tener más importancia que las aceras.