La pregunta que inevitablemente uno se hace luego de 25 años de democracia es: ¿cómo así hemos terminado por tener tan buenos alcaldes y tan malos gobernantes en el Ecuador?

Digo esto porque ya no es solo Guayaquil la que está satisfecha del trabajo de su municipio; ahora tenemos una fiebre de buenos administradores municipales que se reúnen y abrazan para comentar sus éxitos, y podría ser que en las próximas elecciones reelijan a varios. Quito, Loja, Cuenca, Cotacachi, Esmeraldas, de todas partes llegan informes de que los municipios andan muy bien... aunque al país y a los ecuatorianos nos vaya tremendamente mal.

Hay varias explicaciones para este renacer de los municipios. En parte tiene que ver, por supuesto, con la capacidad personal de sus protagonistas. León Febres-Cordero, Jaime Nebot, Bolívar Castillo o Auki Tituaña tendrán muchos defectos, pero también son muy inteligentes, han ganado experiencia y supieron remontar la falta de creatividad que a veces nos caracteriza a los ecuatorianos.

Otro elemento, que en mi opinión cuenta mucho más, es el instinto de supervivencia de los partidos políticos y sus dirigentes, que en algún momento comprendieron que si no hacían algo bueno iban al matadero de la historia.
Mucho se ha hablado de los presidentes destituidos por movilizaciones de masas, pero poco se ha comentado la tendencia de que ese fenómeno se repita en todos los ámbitos. ¿Se enteraron de lo de Jipijapa, donde la población enfurecida destituyó hace poco al alcalde? Demos gracias al cielo si de verdad somos un pueblo pacífico, porque en Perú, Bolivia y Argentina, donde también acostumbran a botar presidentes, les ha dado asimismo por destituir a alcaldes y diputados, solo que allí la turba no se contenta con eso sino que quema, lincha o apalea a las víctimas de su furia.

Por eso el fenómeno de los buenos alcaldes no es solo local sino latinoamericano.
Se lo observa en ciudades tan distintas y tan distantes como Bogotá en Colombia, Curitiba en Brasil o Santiago en Chile, por mencionar solo tres ejemplos. (Bogotá es un caso emblemático e interesante porque allí han tenido en seguidilla tres buenos alcaldes y cada uno pertenece a distinta tendencia política).
El Banco Mundial y los organismos multinacionales lo comprendieron hace rato y ahora destinan importantísimas líneas de recursos a apoyar las buenas alcaldías, lo que facilita que el fenómeno se reproduzca.

Por último (y aquí viene la mala noticia), ser alcalde, sin duda, no es fácil; es una tarea difícil que requiere de muchas cualidades, pero básicamente consiste en administrar recursos materiales. Al alcalde le reclamamos, por ejemplo, si una calle está mal pavimentada: el gran problema será entonces conseguir el dinero que haga falta, lo que en esencia será un asunto de negociación política; luego, si se trata de una persona inteligente y con sentido común, el asunto no debería ofrecer mayores complicaciones.

Pero al alcalde no le reclamamos si no hay empleo, o si el salario no alcanza, o si nos secuestran y nos matan. De esos asuntos se encarga el gobernante. Y por esas cosas extrañas de la economía y la política son problemas que no se resuelven solo con dinero, ni siquiera a veces con mucho dinero. El gobernante no solo administra recursos materiales, más importante aún: dirige personas. Su tarea es convencer, motivar y hacer que millones de seres humanos avancen en determinada dirección. Y esa es la tarea más difícil que se haya planteado nuestra especie desde que existe sobre este planeta.