El mal antimariano

Usted, igual que yo, sabe muy bien que cuanto más mariano, más cristiano; que cuanto más es uno de María, es mejor hijo de Dios. Pero también usted igual que yo, lo olvida alguna que otra vez.

El que no lo olvida nunca es Satanás, que con su fuerte memoria al servicio del mal, mucho más potente que la del computador más caro, siempre tiene muy presente que fracasa con las almas que aman a María.

Satanás no olvida nunca lo que Dios le dijo en el Edén, al prometer que enviaría un Salvador para los hijos de Eva: “Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje  y el suyo: tú intentarás morderle el calcañar, pero él te aplastará la cabeza”.
Y por eso, porque sabe que le espera un pisotón mortal donde se encuentra un hijo de María, ante todo busca que los hombres y mujeres no aprovechen los auxilios de la Virgen Madre.

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Esto lo hace  de mil modos y constantemente. Unas veces intentando que olvidemos lo que enseña nuestra Madre; y otras veces procurando que nos engañemos al interpretar sus maternales enseñanzas.

Le pondré solo un ejemplo de cómo el Santo Padre se preocupa de que no caigamos en las trampas de nuestro enemigo. Lo transcribo de la Carta que ha enviado hace muy poco a los Obispos, sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo.

Nos subraya en ese documento, para que no se olvide nunca, que “la figura de María constituye la referencia fundamental de la Iglesia”. Es tan básica esta referencia –advierte el Santo Padre– que “podría decirse, metafóricamente, que María ofrece a la Iglesia (es decir, a usted y a mí) el espejo en el cual es invitada a reconocer su propia identidad, así como las disposiciones del corazón, las actitudes y los gestos que Dios espera de Ella”.

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Mas a continuación, establecida la importancia de María, despeja todo riesgo de diabólica equivocación: “Mirar a María e imitarla –precisa el Papa– no significa, sin embargo, empujar a la Iglesia a una actitud pasiva inspirada en una concepción superada de la feminidad. Y tampoco significa condenarla a una vulnerabilidad peligrosa, en un mundo en el que lo que cuenta es sobre todo el dominio y el poder. En realidad, el camino de Cristo no es ni el del dominio y el del poder como lo entiende el mundo. Del Hijo de Dios aprendemos que esta  pasividad es en realidad el camino del amor, es poder real que derrota toda violencia, es pasión que salva al mundo del pecado y de la muerte, y recrea la humanidad”.

Quizás a usted y a mí – que tanto amamos a la Virgen porque Dios nos ha querido con predilección–  los ataques más groseros del demonio nos resbalen por ahora. Mas como no nos encontramos vacunados contra el mal antimariano, nos conviene no aflojar ni un punto en nuestro amor a María.

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Sobre todo en este día tan grandioso –Solemnidad de la Asunción de nuestra Madre en cuerpo y alma al Cielo– en el que contemplamos cómo premia Dios su entrega.