El 10 de agosto de 1979 se inauguró la democracia en el Ecuador –el periodo más largo de su historia reciente–, luego de varios años de dictaduras. Hoy, transcurridos 25 años, el logro del Ecuador es haber mantenido con no pocos esfuerzos el sistema democrático y el estado de derecho.

El mérito es entonces del país y de sus ciudadanos y ciudadanas que optamos por un régimen constitucional de carácter republicano, presidencialista y alternativo. Esta primera constancia es necesario advertir cuando intentamos un ligero balance de un periodo importante de la vida nacional.

Un estudio de estos últimos 25 años no sería posible sin un acercamiento al contexto internacional. La humanidad en este lapso afrontó cambios radicales que repercutieron en la dinámica interna del Ecuador. Un hito fundamental fue la desaparición de la URSS, cuyo paradigma –el muro de Berlín– constituyó el ícono de un nuevo orden mundial, la globalización, que dio inicio al denominado unilateralismo centrado en la economía de mercado, el desarrollo tecnológico, la mundialización de la cultura y la sociedad del conocimiento, y otros problemas sucedáneos: el calentamiento de la Tierra, las guerras, el terrorismo y la inseguridad internacionales.

El Ecuador buscó nuevas fronteras para sus productos y diversificó sus exportaciones, ahora focalizadas en el petróleo, el banano, los camarones, las flores y otros productos no tradicionales, a los cuales se une hoy con fuerza el turismo. El tratado con el Perú que cerró definitivamente la frontera fue un hito importante, y la actual escalada de violencia en el norte por los problemas de la narcoguerrilla.

Pero, el modelo económico no sincronizó con el político, o viceversa. Resultado: después de 25 años de democracia el Ecuador es uno de los países de la región con más alta concentración de riqueza, y en consecuencia con niveles de pobreza y exclusión social, económica y política incompatibles con los postulados constitucionales.

Otro esquema que caracterizó este periodo fue la dolarización que salvó, según algunos, a la economía, pero hundió a empresas y personas que todavía no recuperan sus ahorros depositados en la banca quebrada. Y mientras el Estado “honró” el pago de la deuda externa con el 40% del presupuesto, limitó las inversiones sociales, con grave detrimento de los grupos más vulnerables.

La democracia con inequidad no configuró entonces un escenario positivo para el país, aun cuando haya bajado la inflación a un dígito y el crecimiento supere el 3%. Es que no basta solamente la democracia política; la democracia es económica y social, o no es democracia auténtica.

Un haber de estos 25 años de democracia ha sido el desarrollo de los gobiernos locales, la aparición de los indígenas y de otros grupos como las mujeres, los ecologistas y los defensores de los derechos humanos y ciudadanos ante el fracaso de los sistemas de representación derivada de la crisis de los partidos políticos. A esto se añaden el descrédito de la justicia, la crisis del sistema carcelario, la influencia cada vez más notoria del narcotráfico y el auge de la corrupción.

En suma, 25 años de democracia han servido para aprender muchas lecciones, pero quedan dos deudas gravitantes: la pobreza creciente y la corrupción, que han minado la seguridad humana.