¿Hacia dónde quiere ir Ecuador en los próximos años? ¿Quiere seguir como un país exportador de bienes primarios? Las interrogantes de Eva García, analista económica, se escucharon en un auditorio formado por jóvenes, de entre 20 y 25 años, que debatían la semana anterior, en Guayaquil, sobre el Tratado de Libre Comercio.

La expositora había descrito con anticipación el escenario de la economía ecuatoriana en los últimos años: una dependencia marcada, principalmente, por los ingresos petroleros.

Depender de ese recurso llevó a que en estos últimos 25 años, la economía sienta los impactos directos de la reducción o el incremento de los precios internacionales del crudo.

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Especialistas indican que si bien el petróleo representó a fines de la década del setenta una mejoría en la industria y la infraestructura del país, años más tarde desencadenó un gasto excesivo del Gobierno en el sector público.

Así, la década de los ochenta y principio de los noventa tuvo situaciones comunes: desequilibrios fiscales, endeudamiento externo y pérdida de dinamismo en la economía, según Luis Rosero, director del Centro de Investigaciones Económicas de la Universidad Católica de Guayaquil.

El aumento del nivel de deuda que enfrenta el país ha limitado mejores resultados en su crecimiento económico.

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Otra característica de la economía ecuatoriana ha sido la carencia de un modelo único de desarrollo. “Las estrategias de los distintos gobiernos han sido muy variadas y no se puede hablar de un modelo único, ni siquiera neoliberal, o de mantener una continuidad mínima”, dice Marco Navas, consultor de Friedrich Ebert Stiftung.

La dolarización apareció en el 2000, luego de la considerada “peor crisis” del país, tras la caída de varias entidades financieras.

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¿Qué se ha logrado con la dolarización?  “Lo que se hizo fue un cambio de moneda en un país que no tiene libertad comercial”, refiere el industrial Roberto Garzozi.

Tres años después de la dolarización recién se logró que la inflación caiga a un dígito (7,9% en el 2003), pero aún se detecta una reducción del poder de compra de los consumidores.

Las cifras de las tasas de desempleo demuestran un panorama sin mejoras. Mientras en 1994 el desempleo fue de 7,1%, en lo que va del 2004 se ubica en 11,55% (hasta mayo), según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.