La más reciente novela del Premio Nobel, José Saramago, relata la “nunca vista historia de una ciudad que decidió votar en blanco”, suceso en el que el 83% de los votos está en blanco como expresión del espontáneo rechazo a la maquinaria de desgobierno e impunidad que han montado los políticos de oficio. El escritor portugués, con la imagen de este voto consignado para nadie, dirige una sanción moral hacia aquel sistema de gobierno que ni reconoce ni atiende las necesidades más sentidas de una comunidad.
Este libro enseña cómo reacciona, con inteligencia y sensibilidad, un pueblo que ya no quiere seguir atrapado en el gigantesco engaño que han fabricado los partidos de siempre, que ofrecen a cambio de un voto la conquista de la felicidad. En esta novela se cuestiona a quienes ejercen el poder sin concebirlo como una oportunidad para interesarse por el bien público.

La novela, que no por casualidad se llama Ensayo sobre la lucidez, es un golpe contundente contra el engranaje que han creado los políticos en las sociedades modernas: no es necesario completar largas investigaciones para saber que, si no fuera por el certificado del voto, en el Ecuador muy pocos acudiríamos a las urnas. No hay que culminar un posgrado para percibir que los políticos han pervertido las formas del hacer político en nuestro país. Saramago, que visitó hace pocos meses el Ecuador y fue muy duro con aquellos involucrados en la política, devela desde las primeras páginas de esta novela que la independencia del gobernante se reduce a saber guardar las apariencias, que la llamada transparencia en la escena política es solo una mera formalidad, que la palabrería se ha hecho más importante que la palabra, que toda forma de poder encierra un abuso autoritario. No sé hasta qué punto los políticos que tenemos puedan ser sensibles a esta radiografía: no creo que todos ellos en serio piensen el futuro del país.
Pero es importante que la llamada clase política se entere de que no se nos engaña como si fuéramos infantes.

Los políticos de la novela de Saramago no se ruborizan en pervertir la justicia con tal de dejar pasar la corrupción y la violencia asesina de sus actuaciones. Los políticos de la novela, según ellos, jamás se equivocan, siempre los errados son los otros. Los políticos de la novela se inventan enemigos por doquier a fin de sostenerse en los cargos, no importa si esto se hace a costa de víctimas inocentes. Los políticos de la novela no quieren ver la desilusión generalizada que nos provoca la democracia de hoy. Los políticos de la novela no saben decir la verdad. Los políticos de la novela escriben las sentencias de sus víctimas antes del crimen. Los políticos de la novela demuestran con su accionar que la lógica del poder es retorcida. ¿Será esto solo cosa de la literatura y nuestra realidad ecuatoriana nos trae otro tipo de políticos? ¿Será una barbaridad pensar que la inmensa mayoría de nuestros políticos de hoy tienen algo que ver con los de la novela de Saramago?

En las elecciones ciudadanas que se avecinan es importante votar de la manera que propone un escritor genuino como Saramago: depositemos un voto que rechace decididamente el montaje falaz de democracia a la que nos han llevado todos los partidos que han gobernado este país; un voto que sancione la estupidez humana encubierta en formas condescendientes con la masa; un voto que les haga ver a todos los políticos que ellos no representan a pueblo alguno; depositemos, en fin, un voto que repudie las formas en que actúan a diario, desde los poderes del Estado, aquellos que se creen los dueños del destino del país. El voto Saramago es una necesidad de aquella utopía que aún se propone construir una cultura democrática más cercana al interés común de la gente común.