Jesús tan solo busca nuestro gozo y nuestra paz. Por eso cuando va a pedirnos que seamos responsables, siempre envuelve su mensaje con palabras de cariño y de sosiego. Hoy comienza de este modo a prevenirnos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”.

También buscando nuestro gozo y nuestra paz, nos muestra el premio que desea conceder a quien le sirve con fidelidad: “Yo les aseguro –afirma Jesucristo nuestro Dios– que lo pondrá al frente de todo lo que tiene”.

¿Quién puede imaginar un premio así? Nadie, absolutamente nadie, puede comprender el Cielo. Nadie puede imaginar, porque supera la capacidad del pensamiento humano, ese disfrutar en posesión, sin posibilidad de pérdida o cansancio, de “todo lo que Dios tiene”.

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Para lograr que Dios nos premie con el Cielo, Jesús nos muestra el camino: “Sean semejantes a los criados que están esperando a que su Señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor encuentre en vela”.

Para ser dichosos, pues, con ese Amor que sacia sin saciar, hemos de vivir haciendo aquello que nos toca hacer. Lo vuelve a subrayar el Evangelio –como con un resaltador fosforescente, pienso yo– cuando señala un poco más abajo:
“Dichoso este siervo si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber”.

Eso es estar vigilantes. Cumplir nuestro deber con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Algo que tenemos todos al alcance de la mano.

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Lo explicaré con un ejemplo algo pedestre. Supongamos que usted tiene esposa y varios hijos. O esposo y varios hijos, que es igual. Si yo hiciera por sus hijos (y por su esposa o esposo) lo que usted ha hecho y sigue haciendo por los suyos, ¿no me estaría inmensamente agradecido? ¿No querría compensarme de algún modo por haberme preocupado del Bautismo de sus hijos, de que aprendieran a rezar el Padre Nuestro y el Ave María, de que se confesaran a su tiempo y comulgaran? ¿No querría demostrarme su agradecimiento por haberlos vacunado, alimentado y enseñado? ¿No querría hacerme algún regalo por haberlos soportado con paciencia –mañana, tarde y noche– durante tanto tiempo?

No exagero. Todo eso y mucho más ha hecho usted –y sigue haciendo, me parece– por su esposa, su esposo y sus hijos. Es decir, por los hijos de Dios que la Divina Providencia ha querido encomendarle. ¿Cómo no le premiará el Señor tantos desvelos?

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El problema –nos dice el evangelio– es de quien razona de este modo: “Mi amo tarda en llegar”. Y como piensa que después podrá arreglarlo todo, “empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber, y embriagarse”. Porque “a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente, y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales” (Cfr. Lucas 12, 32-48).