Es deber de todos quienes decimos llamarnos ecuatorianos recordar con respeto nuestra historia pero sin perder objetividad, esto es, sin dejar que la pasión nos invada y nuble nuestro pensamiento.

De ahí que fechas como el 9 de Octubre de 1820 y el 24 de Mayo de 1822 merecen ser recordadas por todo aquello que significa para la vida del Estado ecuatoriano actual.

Sin embargo, por razones que no alcanzan a ser comprendidas, se omite admitir en la gran mayoría de los textos de historia, que los procesos independentistas de toda nuestra América (sajona e hispana) tuvieron su origen en las Logias Masónicas y que personajes como Washington, Martí, Bolívar, San Martín, Olmedo pertenecieron a dicha orden; como también perteneció a esta un coloso de talla continental como Eloy Alfaro, gracias a cuya gestión fue modernizado el Estado ecuatoriano, del naciente siglo XX de esa época.

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Por otro lado, el 10 de Agosto de 1809, en la ciudad de Quito, verdadero bastión de la corona española de esa época (que obtuvo su libertad el 24 de Mayo de 1822, luego de que todo lo que conocemos como Ecuador en la actualidad, ya era independiente), el pueblo y los personajes notables de la localidad, haciendo gala de un verdadero patriotismo español, dieron muestras expresas de apoyo a su rey Fernando VII (de España), quien había sido depuesto y reemplazado temporalmente por José Bonaparte (conocido como Pepe Botella por su afición al alcohol), hermano de su conquistador de turno, el corso Napoleón Bonaparte.

Para probar lo expresado, basta leer lo que dice el acta preparada para la fecha por los “patriotas de tan notable gesta”, lo que no admite prueba en contrario.

¿Cabe entonces celebrar una fecha en la que un grupo de personas sintiéndose tan españoles como Goya o Diego de Velásquez, con el derecho que les asistía por ser vasallos de don Fernando VII, rechazaron públicamente la invasión que sufría la corona española en esa época, a la vez que hacían votos por la restitución del poder a su legítimo soberano?

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¿Puede entonces ser considerado un acto de sumisión evidente como un grito de independencia?

¿Quién se puede tragar semejante rueda de molino?

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¿Cómo es posible que conste dentro del programa oficial de historia de nuestras escuelas una verdad tan distorsionada? ¿Será posible convencer a nuestros hijos, con el acta del 10 de Agosto de 1809 en la mano, que fue un acto de rebeldía emancipadora?

¿Cómo puede ser posible que hasta la fecha, salvo la protesta aislada de unos pocos y de un número muy reducido de historiadores, nadie haya dicho algo al respecto.

Seguramente para el efecto se sigue la misma estrategia de Goebbles, jefe de propaganda de la Alemania nazi, quien paladinamente afirmaba: “No hay verdad más grande en este mundo que una mentira repetida mil veces”.  

Ing. Hugo Landívar Armendáriz
Guayaquil

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